Cuando estaba por cumplirse el tiempo de su elevación al cielo, Jesús se
encaminó decididamente hacia Jerusalén y envió mensajeros delante de él.
Ellos partieron y entraron en un pueblo de Samaría para prepararle
alojamiento.
Pero no lo recibieron porque se dirigía a Jerusalén. Cuando sus discípulos
Santiago y Juan vieron esto, le dijeron: "Señor, ¿quieres que mandemos
caer fuego del cielo para consumirlos?". Pero él se dio vuelta y los
reprendió. Y se fueron a otro pueblo.
"Jesús se volvió y los interpeló con energía"
La Iglesia católica no rechaza nada de lo
que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto
los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que
discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un
destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la
obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es "el Camino, la
Verdad y la Vida" (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud
de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas (2Co
5,18s).
Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante
el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio
de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes
espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos
existen.
La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes
que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo
poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos
ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios
Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como
profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y
a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio,
cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian
además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres
resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con
la oración, las limosnas y el ayuno.
Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas
desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio
exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la
justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los
hombres.
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