Los setenta y dos volvieron y le dijeron llenos de
gozo: "Señor, hasta los demonios se nos someten en tu Nombre". El les dijo: "Yo veía a Satanás caer del
cielo como un rayo. les he dado poder para caminar sobre serpientes y
escorpiones y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se alegren, sin embargo, de que los espíritus
se les sometan; alégrense más bien de que sus nombres estén escritos en el cielo".
En aquel momento Jesús se estremeció de gozo,
movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y
haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido, todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe
quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el
Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús
les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les aseguro que muchos profetas y reyes quisieron
ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo
oyeron!".
"Los setenta y dos discípulos a los que Jesús había
enviado, volvieron muy alegres"
“Y
una multitud considerable se adhirió al Señor” (Hch 11,24) —, cuando vio
aquella multitud, se alegró. “Al llegar y ver la acción de la gracia de Dios,
se alegró” (Hch 11,23). Es la alegría propia del evangelizador. Es, como decía
Pablo VI, “la dulce y consoladora alegría de evangelizar” (cf. Exort. Ap.
Evangelii nuntiandi, 80). Y esta alegría comienza con una persecución, con una
gran tristeza, y termina con alegría. Y así, la Iglesia va adelante, como dice
un santo, entre las persecuciones del mundo y los consuelos del Señor (cf. San
Agustín, De civitate Dei, 18,51,2: PL 41,614). Así es la vida de la Iglesia. Si
queremos ir por la senda de la mundanidad, negociando con el mundo —como se
quiso hacer con los Macabeos, tentados en aquel tiempo—, nunca tendremos el
consuelo del Señor. Y si buscamos únicamente el consuelo, será un consuelo
superficial, no el del Señor, será un consuelo humano. La Iglesia está siempre
entre la Cruz y la Resurrección, entre las persecuciones y los consuelos del
Señor. Y este es el camino: quien va por él no se equivoca.
Pensemos hoy en la pujanza misionera de la Iglesia: en
estos discípulos que salieron de sí mismos para ponerse en camino, y también en
los que tuvieron la valentía de anunciar a Jesús a los griegos... Pensemos en
la Iglesia Madre que crece, que crece con nuevos hijos, a los que da la
identidad de la fe, porque no se puede creer en Jesús sin la Iglesia… Y pidamos
al Señor esa libertad de espíritu, ese fervor apostólico que nos impulse a
seguir adelante, como hermanos, todos nosotros:¡adelante!
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