Un día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y cuando terminó, uno de sus
discípulos le dijo: "Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus
discípulos". El les dijo entonces: "Cuando oren, digan: Padre, santificado
sea tu Nombre, que venga tu Reino; danos cada día nuestro pan
cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a
aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación".
"La oración de los hijos de
Dios"
He aquí que el
Señor nos dice como debemos de orar: "Padre nuestro que estás en los
cielos". El hombre nuevo, nacido de nuevo y restituido a Dios por su
gracia, dice en primer lugar: "Padre" porque ya ha empezado a ser hijo
"El vino a su casa, dice el Evangelio, y los suyos no le recibieron, pero
a cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios: a aquellos que
creen en su nombre" (Jn.1,11-12) Por esto el que ha creído en su nombre y
ha llegado a ser hijo de Dios debe de comenzar a devolver su gracia proclamándose
hijo de Dios y llamando a Dios Padre que estás en los cielos...
¡Que grandísima indulgencia y que inmensa bondad del
Señor para con nosotros! El ha querido que ofreciéramos nuestra plegaria a Dios
llamándole Padre. Y lo mismo que Cristo es Hijo de Dios, ha querido que también
nosotros llevemos el nombre de hijos de Dios. Este nombre, de entre nosotros,
nadie hubiera osado ponerlo en la oración si Él mismo no lo hubiera hecho.
Nosotros debemos recordarnos mutuamente, hermanos
amados, y debemos saber que los que llamamos a Dios Padre, nuestro
comportamiento debe ser de hijos de Dios, porque El se complace en nosotros,
como nosotros nos complacemos en El. Conduzcámonos como templos de Dios (1Co
3,16), y Dios permanecerá en nosotros.
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