Cuando terminó de hablar, un fariseo lo invitó a
cenar a su casa. Jesús entró y se sentó a la mesa. El fariseo se extrañó
de que no se lavara antes de comer. Pero el Señor le dijo: "¡Así son
ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, y por dentro
están llenos de voracidad y perfidia.
¡Insensatos! El que hizo lo de afuera, ¿no hizo
también lo de adentro? Den más bien como limosna lo que tienen y todo será
puro.
"Da limosna de lo
que tienes, así todo en ti será puro"
Dios está en el
corazón desprendido…, en el silencio de la oración, en el sacrificio voluntario
al dolor, en el vacío del mundo y sus criaturas... Dios está en la Cruz, y
mientras no amemos la Cruz, no le veremos, no le sentiremos...
Callen los hombres, que no hacen más que meter ruido.
¡Ah!, Señor, qué feliz soy en mi retiro... Cuánto te
amo en mi soledad... Cuánto quisiera ofrecerte que no tengo, pues ya te lo he
dado todo... Pídeme, Señor..., mas ¿qué he de darte? ¿Mi cuerpo?, ya lo tienes;
es tuyo. ¿Mi alma?... Señor, ¿en quién suspira sino en Ti, para que de una vez
la acabes de tomar? ¿Mí corazón? está a los pies de María, llorando de amor...,
sin ya nada querer, más que a Tí. ¿Mi voluntad? ¿acaso, Señor, deseo lo que Tú
no deseas? Dímelo... dime, Señor, cuál es tu voluntad, y pondré la mía a tu
lado... Amo todo lo que Tú me envíes y me mandes, tanto salud como enfermedad,
tanto estar aquí como allí, tanto ser una cosa como otra ¿Mi vida? tómala,
Señor Dios mío, cuando Tú quieras.
¡Cómo no ser feliz así!
Si el mundo y los hombres supieran. Pero no sabrán;
están muy ocupados en sus intereses; tienen el corazón muy lleno de cosas que
no son Dios. Vive el mundo muy para un fin terreno; sueñan los hombres con esta
vida, en que todo es vanidad, y así..., no se puede encontrar la verdadera
felicidad que es el amor a Dios. Quizás se llegue a comprender, pero para
sentirla hay que vivirla, y muy pocos renuncian a si mismos y toman su cruz (Mt
16,24).., aun entre los religiosos...Señor..., qué cosas permites..., tu
sabiduría sabrá; tenme a mi de la mano y no permitas que mi pie resbale, pues
si Tú no lo haces..., ¿quién me ayudará? ¿Y si Tú no edificas? (Sal. 126,1)...
Ah!, Señor, cuánto te quiero. ¡Hasta cuándo, Señor!
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