Estén preparados, ceñidos y con las lámparas
encendidas. Sean como los hombres que esperan el regreso de su señor, que
fue a una boda, para abrirle apenas llegue y llame a la puerta.
¡Felices los servidores a quienes el señor
encuentra velando a su llegada! Les aseguro que él mismo recogerá su túnica,
los hará sentar a la mesa y se pondrá a servirlo.
¡Felices ellos, si el señor llega a medianoche o
antes del alba y los encuentra así!
“Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas.”
El
Verbo nos invita a sacudir de los ojos de nuestra alma el pesado sopor y a
liberar nuestro espíritu de todo espejismo, para no apartarnos de las
realidades verdaderas que nos atan a lo que no tiene consistencia. Por esto, el
Señor nos sugiere el pensamiento de la vigilancia, diciendo: “Tened ceñida la
cintura y encendidas las lámparas.”...El sentido de esos símbolos está bien
claro. Aquel que se ciñe con la moderación, vive en la luz de una conciencia
pura, porque la confianza filial ilumina su vida como una lámpara. Iluminada
por la verdad, su alma queda libre del sueño de las ilusiones, porque ninguna
fantasía vana lo engaña. Si guardamos esto, según las indicaciones del Verbo,
entramos en una vida similar a la de los ángeles...
Ellos, en efecto, esperan al Señor cuando vuelva de la
boda y están sentados en la puerta del cielo con los ojos vigilantes, para que
el Rey de la gloria (Sal. 23,7) pueda pasar de nuevo cuando vuelva de la boda y
entre en la bienaventuranza que está por encima de todos los cielos de donde
“sale como el esposo de su alcoba” (Sal. 19,6)
El, por el baño sacramental de la regeneración, se ha
unido a nuestra naturaleza humana que se había prostituido con los ídolos y la
ha restituido a su incorruptibilidad virginal. Se han consumado las bodas ya
que la Iglesia ha sido esposada por el Verbo... e introducida en la alcoba
nupcial de los misterios. Los ángeles esperan la vuelta del Rey de la gloria en
la bienaventuranza que le es connatural.
Por esto dice el texto que nuestra vida tiene que ser
semejante a la de los ángeles, para que, como ellos, nosotros vivamos alejados
del vicio y de la ilusión, para estar prontos en acoger la llegada del Señor, y
que, vigilando en la puerta de nuestra morada, aguardemos su venida para abrir
así que llame.
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