domingo, 6 de octubre de 2013

Evangelio según San Lucas 17,5-10.


Los Apóstoles dijeron al Señor: "Auméntanos la fe", el respondió: "Si ustedes tuvieran fe del tamaño de un grano de mostaza, y dijeran a esa morera que está ahí: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', ella les obedecería. 

Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado. Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó? Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'". 

“Abandono a la Divina Providencia”, 2,30

    
    Encontrar la bondad de Dios tanto en las cosas más pequeñas y ordinarias como en las más grandes, es tener una fe nada común, sino grande y extraordinaria. Contentarse con el momento presente es saborear y adorar la voluntad de Dios en todo lo que hay que hacer y sufrir, en las cosas que por su sucesión constituyen el momento presente. Las almas sencillas, gracias a su fe viva, adoran a Dios en los momentos más humillantes; nada se esconde a su mirada de fe... Nada los desconcierta ni les disgusta.

    María verá huir a los apóstoles, ella permanecerá firme al pie de la cruz y reconocerá a su Hijo desfigurado por las llagadas y los salivazos...La vida de fe no es otra cosa que seguir a Dios a través de todos los disfraces que parecen desfigurarlo, destruirlo, aniquilarlo. Esta es la vida de María que desde el establo hasta el Calvario permanece fiel a un Dios que es desconocido por todo el mundo, abandonado y perseguido. Del mismo modo, las almas de fe atraviesan una serie de muertes, de velos de sombras y de apariencias que hacen la voluntad de Dios irrecognoscible. Estas almas aman la voluntad de Dios hasta la muerte en cruz. Saben que hay que dejar atrás las sombras y correr hacia el sol divino. Desde la salida del sol hasta el ocaso, a pesar de las nubes oscuras y espesas que lo esconden, este sol irradia, calienta y abrasa a las almas fieles.

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