Después de esto, el Señor designó a otros setenta y
dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y
sitios adonde él debía ir. Y les dijo: "La cosecha es abundante, pero
los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe
trabajadores para la cosecha. ¡Vayan! Yo los envío como a ovejas en medio de
lobos.
No lleven dinero, ni alforja, ni calzado, y no se
detengan a saludar a nadie por el camino.
Al entrar en una casa, digan primero: '¡Que
descienda la paz sobre esta casa!'.
Y si hay allí alguien digno de recibirla, esa paz
reposará sobre él; de lo contrario, volverá a ustedes. Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo
de lo que haya, porque el que trabaja merece su salario. No vayan de casa en
casa.
En las ciudades donde entren y sean recibidos,
coman lo que les sirvan;
curen a sus enfermos y digan a la gente: 'El Reino
de Dios está cerca de ustedes'.
Pero en todas las ciudades donde entren y no los
reciban, salgan a las plazas y digan:
'¡Hasta el polvo de esta ciudad que se ha adherido
a nuestros pies, lo sacudimos sobre ustedes! Sepan, sin embargo, que el Reino
de Dios está cerca'. Les aseguro que en aquel Día, Sodoma será tratada
menos rigurosamente que esa ciudad.
“Rogad al dueño de la mies”
Recordando la recomendación de Jesús:
“La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor
de la mies que mande trabajadores a su mies” (Mt 9, 37-38), percibimos
claramente la necesidad de orar por las vocaciones al sacerdocio y a la vida
consagrada. No ha de sorprender que donde se reza con fervor florezcan las
vocaciones. La santidad de la Iglesia depende esencialmente de la unión con
Cristo y de la apertura al misterio de la gracia que actúa en el corazón de los
creyentes. Por ello quisiera invitar a todos los fieles a cultivar una relación
íntima con Cristo, Maestro y Pastor de su pueblo, imitando a María, que
guardaba en su corazón los divinos misterios y los meditaba asiduamente (cf. Lc
2, 19). Unidos a Ella, que ocupa un lugar central en el misterio de la Iglesia,
podemos rezar:
Padre,
haz que surjan entre los cristianos
numerosas y santas vocaciones al sacerdocio,
que mantengan viva la fe
y conserven la grata memoria de tu Hijo Jesús
mediante la predicación de su palabra
y la administración de los Sacramentos
con los que renuevas continuamente a tus fieles.
Danos santos ministros del altar,
que sean solícitos y fervorosos custodios de la Eucaristía,
sacramento del don supremo de Cristo
para la redención del mundo.
Llama a ministros de tu misericordia
que, mediante el sacramento de la Reconciliación,
derramen el gozo de tu perdón.
Padre,
haz que la Iglesia acoja con alegría
las numerosas inspiraciones del Espíritu de tu Hijo
y, dócil a sus enseñanzas,
fomente vocaciones al ministerio sacerdotal
y a la vida consagrada.
Fortalece a los obispos, sacerdotes, diáconos,
a los consagrados y a todos los bautizados en Cristo
para que cumplan fielmente su misión
al servicio del Evangelio.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.
María Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario