¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si
en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros realizados entre ustedes,
hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y sentándose sobre
ceniza. Por eso Tiro y Sidón, en el día del Juicio, serán tratadas menos
rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada
hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno.
El que los escucha a ustedes, me escucha a mí; el
que los rechaza a ustedes, me rechaza a mí; y el que me rechaza, rechaza a
aquel que me envió".
«El que os escucha a vosotros a mí me escucha ; el que os
rechaza a vosotros a mí me rechaza »
Nuestro tiempo es dramático y al
mismo tiempo fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de
ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el
materialismo consumista, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de
sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y
modos de concentración y de oración. No sólo en las culturas impregnadas de
religiosidad, sino también en las sociedades secularizadas, se busca la
dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización… La Iglesia
tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo,
que se proclama «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6).
La Iglesia debe de ser fiel a Cristo; ella es su cuerpo
y recibe la misión de hacerle presente. Es necesario que “siga el mismo camino
que Cristo, el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la
inmolación de sí hasta la muerte, de la cual salió victorioso por su
resurrección” (Vaticano II, AG 59). Así pues, la Iglesia debe hacer todo lo
posible para realizar su misión en el mundo y llegar a todos los pueblos; tiene
también el derecho, concedido por Dios, de llevar a cabo la realización de su
plan. La libertad religiosa, a veces todavía limitada o restringida, es la
condición y la garantía de todas las libertades que fundamentan el bien común
de las personas y de los pueblos. Es de desear que se conceda a todos y en todo
lugar la verdadera libertad religiosa… Se trata de un derecho inalienable de
toda persona humana.
Por otra parte, la Iglesia se dirige al hombre en el
respeto total hacia su libertad; la misión no restringe la libertad sino que la
favorece. La Iglesia propone; no impone jamás; respeta a las personas y a las
culturas, y se detiene ante el altar de la conciencia. A los que, bajo diversos
pretextos, se oponen a su actividad misionera, la Iglesia les repite: “¡Abrid
las puertas a Cristo!”
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