Jesús agregó: "Supongamos que alguno de
ustedes tiene un amigo y recurre a él a media-noche, para decirle: 'Amigo,
préstame tres panes, porque uno de mis amigos llegó de viaje y no tengo
nada que ofrecerle', y desde adentro él le responde: 'No me fastidies;
ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados. No puedo
levantarme para dártelos'.
Yo les aseguro que aunque él no se levante para
dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a causa de su insistencia y le
dará todo lo necesario.
También les aseguro: pidan y se les dará, busquen
y encontrarán, llamen y se les
abrirá. Porque el que pide, recibe; el que
busca, encuentra; y al que llama, se le abre.
¿Hay entre ustedes algún padre que da a su hijo
una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le pide un pescado, le dará en su lugar
una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si
ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, cuánto más el Padre
del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se lo pidan".
Nuestro Padre del cielo, nos dará el Espíritu
Santo, que trae novedad
La novedad nos da siempre un poco de miedo,
porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control, si somos nosotros
los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida, según nuestros
esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con Dios. Con
frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos resulta
difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu Santo
anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que Dios nos
lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con frecuencia
limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos.
Pero, en toda la historia de la salvación, cuando Dios
se revela, aparece su novedad —Dios ofrece siempre novedad—, trasforma y pide
confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se
salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se
enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles,
de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el
Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir
del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo.
La novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que
verdaderamente nos realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera
serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos
hoy: ¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo,
a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos
nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras
caducas, que han perdido la capacidad de respuesta?
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