Les aseguro que aquel que me reconozca abiertamente
delante de los hombres, el Hijo del hombre lo reconocerá ante los ángeles de
Dios. Pero el que no me reconozca delante de los hombres, no será
reconocido ante los ángeles de Dios.
Al que diga una palabra contra el Hijo del hombre,
se le perdonará; pero al que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le
perdonará. Cuando los lleven ante las sinagogas, ante los magistrados y
las autoridades, no se preocupen de cómo se van a defender o qué van a decir, porque
el Espíritu Santo les enseñará en ese momento lo que deban decir".
“Aquel que me defienda delante de los hombres, el Hijo
del hombre le defenderá ante los ángeles”
Cojo
hoy en nombre de Dios la pluma, para que mis palabras al estamparse en el
blanco papel sirvan de perpetua alabanza al Dios bendito, autor de mi vida, de
mi alma y de mi corazón.
Quisiera que el universo entero, con todos los planetas, los astros todos y los
innumerables sistemas siderales, fueran una inmensa superficie tersa donde
poder escribir el nombre de Dios.
Quisiera que mi voz fuera más potente que mil truenos, y más fuerte que el
ímpetu del mar, y más terrible que el fragor de los volcanes, para sólo decir,
Dios.
Quisiera que mi corazón fuera tan grande como el cielo, puro como el de los
ángeles, sencillo como la paloma, para en él tener a Dios.
Mas ya que toda esa grandeza soñada no se puede ver realizada, conténtate,
hermano Rafael, con lo poco, y tú que no eres nada, la misma nada te debe
bastar.
¡Qué hipocresía decir que nada tiene..., el que tiene a Dios! ¡Sí!, ¿por qué
callarlo?... ¿Por qué ocultarlo? ¿Por qué no gritar al mundo entero, y publicar
a los cuatro vientos, las maravillas de Dios?
¿Por qué no decir a las gentes, y a todo el que quiera oírlo?... ¿Ves lo que
soy?... ¿Veis lo que fui? ¿Veis mi miseria arrastrada por el fango?... Pues no
importa, maravillaos, a pesar de todo, yo tengo a Dios..., Dios es mi amigo...,
que se hunda el sol, y se seque el mar de asombro..., Dios a mí me quiere tan
entrañablemente, que si el mundo entero lo comprendiera, se volverían locas
todas las criaturas y rugirían de estupor.
Más aún... todo eso es poco.
Dios me quiere tanto que los mismos ángeles no lo comprenden.
¡Qué grande es la misericordia de Dios! ¡Quererme a mí..., ser mi amigo..., mi
hermano..., mi padre, mi maestro..., ser Dios y ser yo lo que soy!
¡Ah!, Jesús mío, no tengo papel ni pluma. ¡Qué diré!... ¿Cómo no enloquecer?...
¿Cómo es posible vivir, comer, dormir, hablar y tratar con todos? ¿Cómo es
posible que aún tenga serenidad para pensar en algo que el mundo llama
razonable, yo que pierdo la razón pensando en Ti?
¡Cómo es posible, Señor!... Ya lo sé, Tú me lo has explicado..., es por el
milagro de la gracia.
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