En aquel momento los discípulos se acercaron a
Jesús para preguntarle: "¿Quién es el más grande en el Reino de los
Cielos?". Jesús
llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "Les aseguro que si ustedes no cambian o no
se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño
como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos, el que recibe a
uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo, cuídense de despreciar a cualquiera de estos
pequeños, porque les aseguro que sus ángeles en el cielo están constantemente
en presencia de mi Padre celestial
¿Qué les parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y
una de ellas se pierde, ¿no deja las noventa y nueve restantes en la montaña,
para ir a buscar la que se extravió? y si llega a encontrarla, les aseguro que se
alegrará más por ella que por las noventa y nueve que no se extraviaron, de la
misma manera, el Padre que está en el cielo no quiere que se pierda ni uno solo
de estos pequeños.
“Ir
a buscar la oveja que se extravió”
Adán
después del pecado sintió vergüenza, se ve desnudo, siente el peso de lo que ha
hecho; y sin embargo Dios no lo abandona: si en ese momento, con el pecado,
inicia nuestro exilio de Dios, hay ya una promesa de vuelta, la posibilidad de
volver a Él. Dios pregunta enseguida: «Adán, ¿dónde estás?» (Gn 3,9), lo busca.
Jesús quedó desnudo por nosotros, cargó con la vergüenza de Adán, con la
desnudez de su pecado para lavar nuestro pecado: sus llagas nos han curado. (Is
53,5; 1P 2,24) Acordaos de lo de san Pablo: ¿De qué me puedo enorgullecer sino
de mis debilidades, de mi pobreza? (cf 2Co 11,30s) Precisamente sintiendo mi
pecado, mirando mi pecado, yo puedo ver y encontrar la misericordia de Dios, su
amor, e ir hacia Él para recibir su perdón.
En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre (Ap 1,5). Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado.
Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.
En mi vida personal, he visto muchas veces el rostro misericordioso de Dios, su paciencia; he visto también en muchas personas la determinación de entrar en las llagas de Jesús, diciéndole: Señor estoy aquí, acepta mi pobreza, esconde en tus llagas mi pecado, lávalo con tu sangre (Ap 1,5). Y he visto siempre que Dios lo ha hecho, ha acogido, consolado, lavado, amado.
Queridos hermanos y hermanas, dejémonos envolver por la misericordia de Dios; confiemos en su paciencia que siempre nos concede tiempo; tengamos el valor de volver a su casa, de habitar en las heridas de su amor dejando que Él nos ame, de encontrar su misericordia en los sacramentos. Sentiremos su ternura, tan hermosa, sentiremos su abrazo y seremos también nosotros más capaces de misericordia, de paciencia, de perdón y de amor.
Papa
Francisco
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