Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo;
pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en
este mundo, la conservará para la Vida eterna.
El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi
servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.
“...su generosidad dura por
siempre.”
San Lorenzo era diácono a Roma. Los
perseguidores de la Iglesia le pidieron que entregara los tesoros de la
Iglesia. Por obtenir el auténtico tesoro en el cielo, Lorenzo se
expuso a unos tormentos de crueldad inenarrable. Fue extendido sobre
unas parrillas de fuego. Sin embargo, triunfó de todos los dolores físicos por
la fuerza extraordinaria de su caridad y por los auxilios de Aquel que le
sostuvo invencible. “Somos obra de sus manos, creados en Cristo Jesús, para
realizar las buenas obras que Dios nos señaló de antemano como norma de
conducta.” (cf Ef 2,10)
Esto provocó la cólera de los perseguidores... Lorenzo
había dicho: “Mandad venir conmigo gente con carros para llevaros los tesoros
de la Iglesia.” Le dieron unos carruajes y los cargó de los pobres y se
presentó ante los jefes: “Estos son los tesoros de la Iglesia.”
Nada más verdadero que esto, hermanos míos. En las
necesidades de los pobres se encuentran las grandes riquezas de los cristianos,
si comprendemos bien cómo hacer fructificar lo que poseemos. Los pobres están
siempre entre nosotros. Si les confiamos nuestras riquezas no las perderemos.
San Agustín
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