Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si
te escucha, habrás ganado a tu hermano. Si no te escucha, busca una o dos
personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres
testigos. Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco
quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la
tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado
en el cielo. También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la
tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque
donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de
ellos".
"Yo estoy allí, en medio de ellos"
Cristo está siempre presente en
su Iglesia, principalmente en los actos litúrgicos. Está presente en el
sacrificio de la misa, no sólo en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora
por el ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la
cruz”, sino también, sobre todo, bajo las especies eucarísticas. Está presente
con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es
Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues es El mismo el que
habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura. Está presente,
finalmente, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió:
Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de
ellos (Mt 18,20).
Realmente, en una obra tan grande por la que Dios es
perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre
consigo a la Iglesia, su esposa amadísima, que invoca a su Señor y por El rinde
culto al Padre Eterno.
Así, pues, con razón se considera la liturgia como el
ejercicio de la función sacerdotal de Jesucristo en la que, mediante signos
sensibles, se significa y se realiza, según el modo propio de cada uno, la santificación
del hombre y, así, el Cuerpo místico de Cristo, esto es, la Cabeza y sus
miembros, ejerce el culto público.
Por ello, toda celebración litúrgica, como obra de
Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por
excelencia cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no iguala
ninguna otra acción de la Iglesia.
Concilio Vaticano II
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