El Reino de los Cielos es también como un hombre
que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A
uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno
según su capacidad; y después partió.
En seguida, el que había recibido
cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma
manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo,
hizo un pozo y enterró el dinero de su señor.
Después de un largo tiempo, llegó el señor y
arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco
talentos se adelantó y le presentó otros cinco. 'Señor, le dijo, me has
confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado'. 'Está
bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en
lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor'. Llegó
luego el que había recibido dos talentos y le dijo: 'Señor, me has confiado dos
talentos: aquí están los otros dos que he ganado'. 'Está bien, servidor
bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho
más: entra a participar del gozo de tu señor'. Llegó luego el que había
recibido un solo talento. 'Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente:
cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso
tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!'.
Pero el señor le respondió: 'Servidor malo y
perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he
esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi
regreso, lo hubiera recuperado con intereses.
Quítenle el talento para dárselo al que tiene
diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no
tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a
este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes'.
“Mucho después, llegó su
amo.”
“Hermanos
míos, hasta ahora no hemos hecho nada todavía. ¡Empecemos hoy!” San Francisco
se hizo a sí mismo esta exhortación. ¡Hagamos nosotros lo mismo! Es verdad,
todavía no hemos hecho nada, o casi nada. Los años se han seguido uno tras otro
sin que nos hubiéramos preguntado qué hemos hecho con el tiempo. ¿No hay nada
en nuestra conducta que necesite modificarse, nada que añadir, nada que quitar?
Hemos vividos despreocupados, como si nunca tuviera que llegar aquel día en que
el juez eterno nos llame para dar cuenta de nuestras acciones y de cómo hemos
aprovechado nuestro tiempo.
¡No perdamos el tiempo! No hay que dejar para mañana lo que se puede hacer hoy.
¡Las tumbas rebosan de buenas intenciones! Y desde luego ¿quién nos asegura que
mañana viviremos? ¡Escuchemos la voz de nuestra conciencia. Es la voz del
profeta: “Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor, no endurezcáis el corazón!”
(Sal 94,7.8)
No poseemos más que el momento
presente. Vigilemos, pues, y vivámoslo como un tesoro que nos ha sido confiado.
El tiempo no nos pertenece. No lo malgastemos.
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