En ese momento se acercaron algunos fariseos que le
dijeron: "Aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte". El
les respondió: "Vayan a decir a ese zorro: hoy y mañana expulso a los
demonios y realizo curaciones, y al tercer día habré terminado.
Pero debo seguir mi camino hoy, mañana y pasado,
porque no puede ser que un profeta muera fuera de Jerusalén.
¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y
apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos,
como la gallina reúne bajo sus alas a los pollitos, y tú no quisiste! Por
eso, a ustedes la casa les quedará vacía. Les aseguro que ya no me verán más,
hasta que llegue el día en que digan: ¡Bendito el que viene en nombre del
Señor!".
“Herodes te quiere matar”
Como
afirma la Sagrada Escritura, Jerusalén no conoció el tiempo de su visita, gran
parte de los judíos no aceptaron el Evangelio e incluso no pocos se opusieron a
su difusión. No obstante, según el Apóstol, los judíos son todavía muy amados
de Dios a causa de sus padres, porque Dios no se arrepiente de sus dones y de
su vocación. La Iglesia, juntamente con los Profetas y el mismo Apóstol espera
el día, que sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con
una sola voz y "le servirán como un solo hombre" (Soph 3,9).
Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio
espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y
recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue sobre
todo por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno.
Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores
reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no
puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían,
ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se
ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se
dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no
enseñar nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu de
Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la Palabra de Dios.
Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución
contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada
no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los
odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y
persona contra los judíos.
Por los demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y
profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente y movido por inmensa caridad, su
pasión y muerte, por los pecados de todos los hombres, para que todos consigan
la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación el anunciar la
cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y como fuente de toda
gracia.