En los días del Hijo del hombre sucederá como en
tiempos de Noé. La gente comía, bebía y se casaba, hasta el día en que Noé
entró en el arca y llegó el diluvio, que los hizo morir a todos. Sucederá
como en tiempos de Lot: se comía y se bebía, se compraba y se vendía, se
plantaba y se construía. Pero el día en que Lot salió de Sodoma, cayó del
cielo una lluvia de fuego y de azufre que los hizo morir a todos.
Lo mismo sucederá el Día en que se manifieste el
Hijo del hombre. En ese Día, el que esté en la azotea y tenga sus cosas en
la casa, no baje a buscarlas. Igualmente, el que esté en el campo, no vuelva
atrás. Acuérdense de la mujer de Lot. El que trate de salvar su vida,
la perderá; y el que la pierda, la conservará.
Les aseguro que en esa noche, de dos hombres que
estén comiendo juntos, uno será llevado y el otro dejado; de dos mujeres
que estén moliendo juntas, una será llevada y la otra dejada".
Entonces le preguntaron: "¿Dónde sucederá esto, Señor?". Jesús les
respondió: "Donde esté el cadáver, se juntarán los buitres".
Hay aquí una síntesis del mensaje de Cristo, y
está expresado con una paradoja muy eficaz, que nos permite conocer su modo de
hablar, casi nos hace percibir su voz... Pero, ¿qué significa “perder la vida a
causa de Jesús”? Esto puede realizarse de dos modos: explícitamente confesando
la fe o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo
ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una multitud inmensa
los hombres y las mujeres que sacrificaron la vida por permanecer fieles a
Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo, hay muchos,
muchos, muchos mártires —más que en los primeros siglos—, que dan la propia
vida por Cristo y son conducidos a la muerte por no negar a Jesucristo. Esta es
nuestra Iglesia. Hoy tenemos más mártires que en los primeros siglos. Pero está
también el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un
“perder la vida” por Cristo, realizando el propio deber con amor, según la
lógica de Jesús, la lógica del don, del sacrificio. Pensemos: cuántos padres y
madres, cada día, ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente la propia
vida por el bien de la familia.(S.S. Francisco, 23 de junio de 2013).
Reflexión
Cuando alguien empieza una discusión con su marido
(o esposa), o con un amigo, se cumple eso de que "el que pierde,
gana". ¿Qué significan estas palabras? Que el que está dispuesto a ceder
es quien obtiene el triunfo. Triunfa sobre el egoísmo, vence en la caridad y
gana la estima de Dios y de la persona con la que estaba discutiendo.
Porque hay muchas victorias en el ámbito humano
que son momentáneas, superficiales. Contentan un rato, pero luego dejan
insatisfacción. Hay que ir más a fondo, evaluar si es preciso "ganar"
siempre, tener la razón en todo, imponer los propios gustos a los demás. Con un
poco de atención, veremos que la felicidad auténtica no viene por ahí. Aunque
parezca extraño, nos sentimos más felices después de hacer un sacrificio, de
haber dado una alegría a otro, etc. ¿Por qué? Porque eso viene de Dios, y sólo
Él es quien puede hacernos auténticamente felices.
El que está dispuesto a "perder la vida"
ha entrado en el camino que Cristo siguió para la redención de los hombres. Es
el camino de negarse a uno mismo, el camino de la cruz. Sólo a la luz de Cristo
crucificado se puede vivir con autenticidad el cristianismo. Jesús lo perdió
todo: sus discípulos le abandonaron, los soldados le arrancaron sus ropas, la
muchedumbre se burló de Él... Sin embargo, gracias a la donación por amor al
Padre, nos salvó de la condenación que merecían nuestros pecados y triunfó
sobre el poder de la muerte, resucitando.
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