Después Jesús les enseñó con una parábola que era
necesario orar siempre sin desanimarse: "En una ciudad había un juez
que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad
vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia
contra mi adversario'.
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después
dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda
me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a
fastidiarme'". Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez
injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y
noche, aunque los haga esperar?
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les
hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la
tierra?".
Cuando hablamos de valor siempre pensamos siempre
en la valentía apostólica, de ir y predicar el evangelio, estas cosas... Pero
también está la valentía delante del Señor. Esa parresia ante el Señor: ir
valientes donde el Señor para pedirle las cosas. Hace reír un poco, y eso está
bien, pero me hace reír porque Abraham habla con el Señor de una manera
especial, con este valor y uno no lo sabe: se está frente a un hombre que reza
o al frente de un comercio fenicio, porque tira sobre el precio, y va, va... E insiste:
de cincuenta fue capaz de bajar el precio a diez. Él sabía que no era posible.
Solo había un justo: su sobrino, su primo... pero con ese coraje, con esa
insistencia, fue hacia adelante. A veces vamos donde el Señor para pedirle una
cosa para una persona, se pide esto y lo otro y luego sigues. Pero aquello no
es una oración, porque si quieres que el Señor nos dé una gracia, hay que ir
con valentía y hacer lo que hizo Abraham, con aquella insistencia. Es el mismo
Jesús quien nos dice que debemos orar, así como la viuda con el juez, como el
que va por la noche a llamar a la puerta de su amigo. Con insistencia: Jesús
nos enseña así. (cf S.S. Francisco, 1 de julio de 2013).
Reflexión
Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin
dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un mosquito. Pero en esa
batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es
pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto
silbido. Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero
lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos
levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.
Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran
perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante,
continua, hasta que Dios "se moleste" y nos atienda.
Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando
estamos fervorosos, pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más.
Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque
parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo hace. Y presta mucha
atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere que le
insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta. Sólo si no nos
rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo
de nuestro corazón.
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