sábado, 16 de noviembre de 2013

Evangelio según San Lucas 18,1-8.


Después Jesús les enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse: "En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'. 
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'". Y el Señor dijo: "Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche, aunque los haga esperar? 
Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?". 


Meditación del Papa Francisco 

Cuando hablamos de valor siempre pensamos siempre en la valentía apostólica, de ir y predicar el evangelio, estas cosas... Pero también está la valentía delante del Señor. Esa parresia ante el Señor: ir valientes donde el Señor para pedirle las cosas. Hace reír un poco, y eso está bien, pero me hace reír porque Abraham habla con el Señor de una manera especial, con este valor y uno no lo sabe: se está frente a un hombre que reza o al frente de un comercio fenicio, porque tira sobre el precio, y va, va... E insiste: de cincuenta fue capaz de bajar el precio a diez. Él sabía que no era posible. Solo había un justo: su sobrino, su primo... pero con ese coraje, con esa insistencia, fue hacia adelante. A veces vamos donde el Señor para pedirle una cosa para una persona, se pide esto y lo otro y luego sigues. Pero aquello no es una oración, porque si quieres que el Señor nos dé una gracia, hay que ir con valentía y hacer lo que hizo Abraham, con aquella insistencia. Es el mismo Jesús quien nos dice que debemos orar, así como la viuda con el juez, como el que va por la noche a llamar a la puerta de su amigo. Con insistencia: Jesús nos enseña así. (cf S.S. Francisco, 1 de julio de 2013). 

Reflexión 

Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un mosquito. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto silbido. Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema. 

Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante, continua, hasta que Dios "se moleste" y nos atienda. 

Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando estamos fervorosos, pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más. Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta. Sólo si no nos rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón.

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