Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí
vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos. El
quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de
baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder
verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y
le dijo: "Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu
casa". Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: "Se
ha ido a alojar en casa de un pecador".
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor:
"Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado
a alguien, le daré cuatro veces más". Y Jesús le dijo: "Hoy ha
llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de
Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba
perdido".
“Zaqueo quería ver Jesús”
Hoy
en día los hombres tienden a no buscar a Dios… Lo buscan todo, menos a Dios.
Dios ha muerto, dicen; no nos ocupemos de eso más Pero Dios no murió; para
tantos hombres de hoy, está perdido. ¿Entonces, no valdría la pena buscarlo?
Lo buscamos todo: lo que es nuevo y lo que es antiguo; lo que es difícil y lo
que es inútil; lo que es bueno y lo que es malo. Podríamos decir que esta
búsqueda es lo que caracteriza la vida moderna. ¿Por qué no buscar a Dios? ¿No
es un "valor" que merece nuestra búsqueda? ¿No es una realidad que
requiere un conocimiento mejor que el puramente nominal de uso general?
¿No es mejor que la de ciertas expresiones religiosas
supersticiosas y extravagantes que debemos o bien rechazar porque son falsas o
bien purificar porque son imperfectas? ¿No es mejor que la que ya se considera
informada y olvida que Dios es un misterio indecible, que conocer Dios es para
nosotros una cuestión de vida, de vida eterna? (Cf Jn 17,3)
¿Dios no es, como se dice, un "problema" que nos interesa
personalmente, que pone en juego nuestro pensamiento, nuestra conciencia,
nuestro destino, e inevitablemente, un día, nuestro encuentro personal con Él?
¿Y no será que Dios se ha escondido para que tengamos que buscarlo, por un
camino apasionante que para nosotros es decisivo? ¿Y si es el mismo Dios el que
nos busca?
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