Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Los
fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: "Este hombre recibe a los
pecadores y come con ellos". Jesús les dijo entonces esta parábola:
"Si
alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en
el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y
cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al
llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense
conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les
aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo
pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse".
Y les dijo también: "Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no
enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y
cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense
conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido". Les
aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo
pecador que se convierte".
Las tres
parábolas de la misericordia
No carece de significado que Lucas nos
haya presentado tres parábolas seguidas: La oveja perdida se había descarriado
y fue recobrada, la dracma perdida fue hallada; el hijo pródigo que daban por
muerto lo recobraron con vida, para que, solicitados por este triple remedio,
nosotros curásemos nuestras heridas. ¿Quién es este padre, este pastor, esta
mujer? ¿No es Dios Padre, Cristo, la Iglesia? Cristo que ha cargado con tus
pecados te lleva en su cuerpo; la Iglesia te busca; el Padre te acoge. Como un pastor,
te conduce; como una madre, te busca; como un padre te viste de gala. Primero
la misericordia, después la solicitud, luego la reconciliación.
Cada detalle conviene a cada uno: el Redentor viene en
ayuda, la Iglesia asiste, el Padre se reconcilia. La misericordia de la obra
divina es la misma, pero la gracia varía según nuestros méritos. La oveja
cansada es conducida por el pastor, la dracma perdida es hallada, el hijo
vuelve donde su padre y vuelve plenamente arrepentido de su mala vida...
Alegrémonos, pues, que esta oveja que había perecido en Adán sea recogida en
Cristo. Los hombros de Cristo son los brazos de la cruz; aquí he clavado mis
pecados, aquí, en el abrazo de este patíbulo he descansado.
Meditación del
Papa Francisco
No entiendo las comunidades cristianas que están
cerradas, en la parroquia. Quiero deciros algo. En el Evangelio es bonito ese
pasaje que nos habla del pastor que, cuando vuelve al ovil, se da cuenta de que
falta una oveja: deja las 99 y va a buscarla, a buscar una. Pero, hermanos y
hermanas, nosotros tenemos una; ¡nos faltan 99! Debemos salir, ¡debemos ir
hacia los demás! En esta cultura —digámonos la verdad— tenemos sólo una, ¡somos
minoría! ¿Y sentimos el fervor, el celo apostólico de ir y salir y buscar las
otras 99? Esta es una gran responsabilidad y debemos pedir al Señor la gracia
de la generosidad y el valor y la paciencia para salir, para salir a anunciar
el Evangelio. Ah, esto es difícil. Es más fácil quedarse en casa, con esa única
oveja. Es más fácil con esa oveja, peinarla, acariciarla... pero nosotros
sacerdotes, también vosotros cristianos, todos: el Señor nos quiere pastores,
no peinadores de ovejas; ¡pastores! Y cuando una comunidad está cerrada,
siempre con las mismas personas que hablan, esta comunidad no es una comunidad
que da vida. Es una comunidad estéril, no es fecunda. La fecundidad del
Evangelio viene por la gracia de Jesucristo, pero a través de nosotros, de
nuestra predicación, de nuestra valentía, de nuestra paciencia. (S.S.
Francisco, 17 de junio de 2013).
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