Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la
resurrección, y le dijeron: "Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si
alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle
descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El
primero se casó y murió sin tener hijos. El segundo se casó con la
viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente,
también murió la mujer.
Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será
esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?". Jesús les
respondió: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan,
pero los que sean juzgados dignos de participar
del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir,
porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la
resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado
a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham,
el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos,
sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él". Tomando la
palabra, algunos escribas le dijeron: "Maestro, has hablado bien". Y
ya no se atrevían a preguntarle nada.
Reflexión
La resurrección era un tema controvertido entre
los judíos. No había un dogma, por eso los saduceos no lo creían. Sin embargo,
los fariseos estaban convencidos de esta doctrina. También San Pablo utilizará
el argumento de la resurrección para poner a los fariseos de su parte cuando
era juzgado por Ananías (Hechos de los apóstoles 23, 6-9).
Creer o no creer en la resurrección da lugar a dos
estilos de vida. Los que buscan la felicidad sólo en esta tierra y los que
tienen los ojos puestos en la eternidad.
Pero vamos a detenernos en el punto que origina la
discusión: ¿habrá matrimonios en el cielo? Interesante pregunta. Ello nos lleva
a profundizar en el fin último del matrimonio.
Cuando un hombre y una mujer se casan movidos por
un amor auténtico buscan, sobre todo, hacer feliz a la otra persona y formar
una familia. Por eso no escatiman los detalles que pueden hacer la vida más
agradable a la pareja: un beso, un regalo, una atención, unos momentos de
diálogo íntimo... Pero, si realmente quieren darle lo mejor a la persona amada
deben buscar lo que realmente le hará feliz, lo que va a colmar plenamente su
corazón. No se quedarán en lo pasajero de esta vida, sino que querrán darle el
Bien Máximo, es decir, a Dios. Es el mejor regalo que pueden hacerse unos esposos:
procurar por todos los medios que la otra persona tenga a Dios. Porque Dios es
el Bien mismo y la fuente de toda felicidad.
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