Supongamos que uno de ustedes tiene un servidor para arar o cuidar el ganado.
Cuando este regresa del campo, ¿acaso le dirá: 'Ven pronto y siéntate a la
mesa'? ¿No le dirá más bien: 'Prepárame la cena y recógete la túnica para servirme
hasta que yo haya comido y bebido, y tú comerás y beberás después'? ¿Deberá mostrarse agradecido con el servidor porque hizo lo que se le mandó?
Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: 'Somos
simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber'".
Meditación del
Papa Francisco
¿Rezamos por la Iglesia, pero por toda la Iglesia?
¿Por nuestros hermanos y hermanas que no conocemos, que están por todas partes
del mundo? Es la Iglesia del Señor, y nosotros en nuestra oración le decimos al
Señor: Señor, mira a tu Iglesia... Es tuya. Tu Iglesia son nuestros hermanos.
Esta es una oración que tenemos que hacer desde el corazón, cada vez más. Es
fácil orar pidiendo una gracia al Señor, para dar las gracias o cuando
necesitamos algo. Pero fundamentalmente es orar al Señor por todos, por los que
han recibido el mismo bautismo, diciendo: "Son los tuyos, son los
nuestros, protégelos". Encomendar al Señor la Iglesia, es una oración que
hace crecer la Iglesia. Es también un acto de fe; no podemos hacer nada, somos
siervos pobres --todos--, de la Iglesia. Él es quien puede mantenerla en marcha
y hacerla crecer, hacerla santa, defender, protegerla del príncipe de este
mundo y de lo que él quiere que la Iglesia se convierta: en más y más mundana. (cf
S.S. Francisco, 30 de abril de 2013)
Reflexión
Los hombres tendemos a convertir en
"heroico" las cosas más ordinarias de nuestro deber. Nos llegamos a
considerar "héroes" por llegar puntuales al trabajo o por respetar
las señales de tráfico. Los niños creen que se merecen un premio por cumplir
con sus deberes escolares... Sólo estamos haciendo lo que debíamos hacer.
También como cristianos se nos presenta esta
tentación. Aunque nunca lo expresamos así, llegamos a creer que nosotros le
hacemos un favor a Dios cuando rezamos, participamos en la Misa dominical, o
cuando cumplimos los Mandamientos. Cristo nos ofrece este mensaje para
prevenirnos de esta actitud, con la que nos olvidamos de que Él nos ha dado
infinitamente más de lo que nosotros podemos ofrecerle.
Pero Dios no es un amo déspota y desconsiderado.
No pensemos que al final de nuestra vida, después de haber trabajado y luchado
sinceramente por Dios, seremos recibidos en el cielo con un seco y frío:
"Sólo has hecho lo que tenías que hacer". Eso lo tenemos que decir
nosotros, pero no lo dirá Él. Sus palabras las conocemos: dirá a quienes hayan
vivido su mensaje: "Venid, benditos de mi Padre...". Y nos sentaremos
con Cristo a gozar del banquete eterno.
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