Decía también a los discípulos: "Había un hombre rico que tenía un
administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes, lo llamó y le dijo:
'¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque
ya no ocuparás más ese puesto'. El administrador pensó entonces: '¿Qué voy
a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir
limosna? Me da vergüenza.
¡Ya sé lo que
voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!'. Llamó
uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: '¿Cuánto debes a
mi señor?'. 'Veinte barriles de aceite', le respondió. El administrador le
dijo: 'Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez', después preguntó a
otro: 'Y tú, ¿cuánto debes?'. 'Cuatrocientos quintales de trigo', le respondió.
El administrador le dijo: 'Toma tu recibo y anota trescientos'.
Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan
hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los
demás que los hijos de la luz.
La banca del amor
“Mis
pensamientos no son vuestros pensamientos” (Is 55,8) dice el Señor. El mérito
no consiste en hacer mucho o en mucho dar, sino en recibir, en amar mucho. Se
ha dicho que es “mucho más dulce dar que recibir”(Hch 20,35), y es verdad; pero
cuando Jesús quiere reservarse para sí la dulzura de dar, no sería delicado
negarse. Dejémosle tomar y dar todo lo que quiera, la perfección consiste en
hacer su voluntad, y el alma que se entrega enteramente a él se es llamada por
Jesús mismo “su madre, su hermana” y toda su familia (Mt 12,50). Y en otra
parte: “Si alguno me ama, guardará mi palabra (es decir, hará mi voluntad) y mi
Padre le amará, y vendremos a él y haremos en él nuestra morada.” (Jn 24,23)
Meditación del
Papa Francisco
Abraham y Moisés tuvieron el valor de negociar con
el Señor. Una valentía en favor de los otros, a favor de la Iglesia. Cuando la
Iglesia pierde la valentía, entra en la Iglesia la atmósfera de la tibieza. Los
tibios, los cristianos tibios, sin valor... Eso le hace tanto mal a la Iglesia,
porque la tibieza te encierra, empiezan los problemas entre nosotros; no
tenemos horizontes, no tenemos valor, ni el valor de la oración hacia el cielo,
ni el valor para anunciar el evangelio. Somos tibios... Pero tenemos el coraje
de encerrarnos en nuestras pequeñas cosas, en nuestros celos, en nuestras
envidias, en el arribismo, en avanzar de manera egoísta...Todas estas cosas no
son buenas para la Iglesia: ¡la Iglesia tiene que ser valiente! Todos tenemos
que ser valientes en la oración, desafiando a Jesús. La Iglesia es una
comunidad del "sí" en lugar del "no". (cf S.S.
Francisco, 3 de mayo de 2013).
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