miércoles, 20 de noviembre de 2013

Evangelio según San Lucas 19,11-28.


Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro. El les dijo: "Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: 'Háganlas producir hasta que yo vuelva'. Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: 'No queremos que este sea nuestro rey'. 
Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno. 
El primero se presentó y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más'. 'Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades'. 
Llegó el segundo y le dijo: 'Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más'. A él también le dijo: 'Tú estarás al frente de cinco ciudades'. Llegó el otro y le dijo: 'Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado'. 
El le respondió: 'Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses'. Y dijo a los que estaban allí: 'Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más'. '¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!'. 
Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene. 
En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia". Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén. 



Meditación del Papa Francisco 
La segunda parábola, la de los talentos, nos hace reflexionar sobre la relación entre cómo empleamos los dones recibidos de Dios y su retorno, cuando nos preguntará cómo los hemos utilizado. Conocemos bien la parábola: antes de su partida, el señor entrega a cada uno de sus siervos algunos talentos para que se empleen bien durante su ausencia. Al primero le da cinco, al segundo dos y al tercero uno. En el período de ausencia, los primeros dos siervos multiplican sus talentos —son monedas antiguas—, mientras que el tercero prefiere enterrar el suyo y devolverlo intacto al señor. A su regreso, el señor juzga su obra: alaba a los dos primeros, y el tercero es expulsado a las tinieblas, porque escondió por temor el talento, encerrándose en sí mismo. Un cristiano que se cierra en sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha dado, es un cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción —nosotros estamos en el tiempo de la acción. (S.S. Francisco, 24 de abril de 2013). 

Reflexión 
El evangelio de hoy contiene una exigencia y a la vez una gran confianza de Dios en cada uno de nosotros. Jesús una vez más habla a través de parábolas sencillas que encierran toda la grandeza de su mensaje y que son una invitación a saber descubrir la grandeza de la vida corriente. Parece duro, o al menos exigente el pasaje de hoy, y nos muestra la gran diferencia entre el temor de Dios y el temor a Dios. 

Dios es infinitamente justo, Dios es infinitamente misericordioso. Parece contradictorio que Dios sea infinitamente justo y a la vez infinitamente misericordioso, pues en el primer caso parece difícil de entender su actuación que sin su infinita misericordia parecería no responder a su ser. Sin embargo, hemos de aceptar que para nosotros Dios siempre será un misterio, que sólo Él mismo nos puede desvelar. Si nos fijamos exclusivamente en su justicia es fácil que caigamos en una especie de miedo paralizador que nos haga creer en la imposibilidad de nuestra salvación y nos haga verle como un juez justo y severo. 

Esto nos convertirá en personas que temen a Dios, personas que intentan rehuirle, que se arredran y no arriesgan por temor a perder: "Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te tenía miedo, porque eres exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo que no siembras..." Nuestra visión se nubla hasta el punto de convertir a Dios en un ser exigente e injusto y no ponemos en juego todo lo que tenemos sino que de hecho lo escondemos. 

Sin embargo, cuando contemplamos la justicia y la misericordia de Dios, en seguida entendemos que Dios ante todo es Bueno, que quiere que nos salvemos. Pero para eso tenemos que querer y tenemos que dejarle hacer. Tomarse en serio a Dios, tomar en serio sus cosas significa tener temor de Dios, y significa poner en juego todo aquello que nos ha dado, siendo conscientes de que muchas veces fallaremos y no daremos el fruto que nos gustaría. Eso no importa, porque a Él sólo le preocupan nuestras intenciones. Muchas veces sólo podremos ofrecer eso, nuestro propósito de hacer las cosas lo mejor posible, desprendiéndonos del resultado final. En cualquier caso, nuestras actitudes delatan y ponen de manifiesto nuestras intenciones. 

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