Como la gente seguía escuchando, añadió una
parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de
Dios iba a aparecer de un momento a otro. El les dijo: "Un hombre de
familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar
en seguida. Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de
plata a cada uno, diciéndoles: 'Háganlas producir hasta que yo vuelva'. Pero
sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de
decir: 'No queremos que este sea nuestro rey'.
Al regresar, investido de la dignidad real, hizo
llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había
ganado cada uno.
El primero se presentó y le dijo: 'Señor, tus cien
monedas de plata han producido diez veces más'. 'Está bien, buen servidor,
le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez
ciudades'.
Llegó el segundo y le dijo: 'Señor, tus cien
monedas de plata han producido cinco veces más'. A él también le dijo: 'Tú
estarás al frente de cinco ciudades'. Llegó el otro y le dijo: 'Señor,
aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque
tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no
has depositado y cosechar lo que no has sembrado'.
El le respondió: 'Yo te juzgo por tus propias
palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigentes, que quiero percibir
lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi
dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses'. Y
dijo a los que estaban allí: 'Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene
diez veces más'. '¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!'.
Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al
que no tiene, se le quitará aún lo que tiene.
En cuanto a mis enemigos, que no me han querido
por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia". Después de
haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.
Meditación del
Papa Francisco
La segunda parábola, la de los talentos, nos hace
reflexionar sobre la relación entre cómo empleamos los dones recibidos de Dios
y su retorno, cuando nos preguntará cómo los hemos utilizado. Conocemos bien la
parábola: antes de su partida, el señor entrega a cada uno de sus siervos
algunos talentos para que se empleen bien durante su ausencia. Al primero le da
cinco, al segundo dos y al tercero uno. En el período de ausencia, los primeros
dos siervos multiplican sus talentos —son monedas antiguas—, mientras que el
tercero prefiere enterrar el suyo y devolverlo intacto al señor. A su regreso,
el señor juzga su obra: alaba a los dos primeros, y el tercero es expulsado a
las tinieblas, porque escondió por temor el talento, encerrándose en sí mismo.
Un cristiano que se cierra en sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha
dado, es un cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a
Dios todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera del retorno del Señor
es el tiempo de la acción —nosotros estamos en el tiempo de la acción. (S.S.
Francisco, 24 de abril de 2013).
Reflexión
El evangelio de hoy contiene una exigencia y a la
vez una gran confianza de Dios en cada uno de nosotros. Jesús una vez más habla
a través de parábolas sencillas que encierran toda la grandeza de su mensaje y
que son una invitación a saber descubrir la grandeza de la vida corriente.
Parece duro, o al menos exigente el pasaje de hoy, y nos muestra la gran
diferencia entre el temor de Dios y el temor a Dios.
Dios es infinitamente justo, Dios es infinitamente
misericordioso. Parece contradictorio que Dios sea infinitamente justo y a la
vez infinitamente misericordioso, pues en el primer caso parece difícil de
entender su actuación que sin su infinita misericordia parecería no responder a
su ser. Sin embargo, hemos de aceptar que para nosotros Dios siempre será un
misterio, que sólo Él mismo nos puede desvelar. Si nos fijamos exclusivamente
en su justicia es fácil que caigamos en una especie de miedo paralizador que
nos haga creer en la imposibilidad de nuestra salvación y nos haga verle como
un juez justo y severo.
Esto nos convertirá en personas que temen a Dios,
personas que intentan rehuirle, que se arredran y no arriesgan por temor a
perder: "Señor, aquí está tu onza; la he tenido guardada en el pañuelo; te
tenía miedo, porque eres exigente, que reclamas lo que no prestas y siegas lo
que no siembras..." Nuestra visión se nubla hasta el punto de convertir a
Dios en un ser exigente e injusto y no ponemos en juego todo lo que tenemos
sino que de hecho lo escondemos.
Sin embargo, cuando contemplamos la justicia y la
misericordia de Dios, en seguida entendemos que Dios ante todo es Bueno, que
quiere que nos salvemos. Pero para eso tenemos que querer y tenemos que dejarle
hacer. Tomarse en serio a Dios, tomar en serio sus cosas significa tener temor
de Dios, y significa poner en juego todo aquello que nos ha dado, siendo
conscientes de que muchas veces fallaremos y no daremos el fruto que nos
gustaría. Eso no importa, porque a Él sólo le preocupan nuestras intenciones.
Muchas veces sólo podremos ofrecer eso, nuestro propósito de hacer las cosas lo
mejor posible, desprendiéndonos del resultado final. En cualquier caso,
nuestras actitudes delatan y ponen de manifiesto nuestras intenciones.
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