Mientras caminaba a orillas del mar de Galilea,
Jesús vio a dos hermanos: a Simón, llamado Pedro, y a su hermano Andrés, que
echaban las redes al mar porque eran pescadores. Entonces les dijo:
"Síganme, y yo los haré pescadores de hombres".
Inmediatamente, ellos dejaron las redes y lo
siguieron. Continuando su camino, vio a otros dos hermanos: a
Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban en la barca con
Zebedeo, su padre, arreglando las redes; y Jesús los llamó. Inmediatamente,
ellos dejaron la barca y a su padre, y lo siguieron.
Dios nos acompaña, Dios nos llama por nuestro
nombre, Dios nos promete una descendencia. Y esta es un poco la seguridad del
cristiano. ¡No es una casualidad, es una llamada! Una llamada que nos hace
seguir adelante. Ser cristiano es un llamado de amor, de amistad; una llamada a
convertirse en hijo de Dios, hermano de Jesús; a ser fecundo en la transmisión
de esta llamada a los demás, a ser instrumentos de esta llamada. Hay tantos
problemas, hay momentos difíciles: ¡Jesús ha pasado por tantos! Pero siempre con
esa confianza: El Señor me ha llamado. El Señor es como yo. El Señor me ha
prometido. Dios es fiel, pues Él nunca puede renegar de sí mismo: Él es la
lealtad. Y pensando en esta pasaje donde Abraham es ungido como padre, por
primera vez, padre de los pueblos, pensamos también en nosotros que hemos sido
ungidos en el Bautismo, y pensamos en nuestra vida cristiana. (cf
S.S. Francisco,25 de junio de 2013)
Reflexión
Dos grupos de hermanos presenta nuestro Evangelio
de hoy, quizás insinuándonos que las cosas para Dios tienen caminos tan
singulares como llamar a todo el "futuro" de una familia. Pero si es
Cristo quien llama... El sabe de sobra lo que hace. Y lo que hacía con la
familia de Pedro y de Santiago era algo verdaderamente espectacular.
Andrés, el pequeño hermano de Pedro. ¡Quién lo
fuera a pensar! De esos dos hombres habría de sacar la roca donde edificar la
Santa Madre Iglesia. Efectivamente, porque otro pasaje, el que nos refiere Juan
en su primer capítulo, nos presenta a los dos hermanos menores que se les
ocurre seguir a Cristo, le conocen y ellos, terriblemente impresionados de ese
singular Hombre que es Jesús, se lo cuentan a sus respectivos hermanos, que
debieron ser hombres recios pues eran pescadores, y de gran corazón.
¿Y si Andrés no hubiera seguido a Cristo? O
pongamos que lo hubiese seguido, ¿si no le hubiese dicho nada a Pedro? Era
legítimo que se callase. El había encontrado al Señor y Pedro era ciertamente
su hermano pero nada más. Pero cuando uno conoce a Cristo inevitablemente lo da
a conocer. De no haberlo hecho no tendríamos quizás a Pedro, primer Papa de la
Historia de la Iglesia.
Sin embargo Andrés comprendió bien lo que
significaba haber estado con el Señor. Tenía que mostrárselo a fuerzas a su
hermano, tenía que llevarlo a su presencia como lo hizo, aunque Pedro se la
estuviera pasando muy bien entre sus pescados, aunque fuera el
"hombre" de la casa, aunque no aparentara tener mucha resonancia
interior.
Andrés es, pues, el que lo conduce a Cristo, es el
que nos hizo el favor de poder tener a ese Pedro tan bueno entre nosotros. Y
tan buen hermano fue que no sólo fue apóstol como su hermano sino que dio su
vida en la cruz y fundó (así es estimado en las iglesias de oriente) con su
sangre la fe de tantos hermanos nuestros que, con la gracia de Dios, tendremos
algún día el gusto de abrazar en la plena comunión con Roma. Andrés, buen
ejemplo.