Cada 29 de junio, en la
solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles, recordamos a estos grandes
testigos de Jesucristo y, a la vez, hacemos una solemne confesión de fe en la
Iglesia una, santa, católica y apostólica. Ante todo es una fiesta de la
catolicidad.
Pedro, el amigo
frágil y apasionado de Jesús, es el hombre elegido por Cristo para ser “la
roca” de la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (
Mt 16,16). Aceptó con humildad su misión hasta el final, hasta su muerte como
mártir. Su tumba en la Basílica de San Pedro en el Vaticano es meta de millones
de peregrinos que llegan de todo el mundo.
Pablo, el
perseguidor de Cristianos que se convirtió en Apóstol de los gentiles, es un
modelo de ardoroso eevangelizador para todos los católicos porque después de
encontrarse con Jesús en su camino, se entregó sin reservas a la causa del
Evangelio.
La fiesta principal de los Santos
Pedro y Pablo se mantuvo en Roma el 29 de junio tan atrás como en el tercero o
cuarto siglo, la fecha 258 en las notas revela que a parir de ese año se
celebraba la memoria de los dos Apóstoles el 29 de junio en la Vía Apia ad
Catacumbas (cerca de San Sebastiano fuori le mura), pues en esta fecha los
restos de los Apóstoles fueron trasladado allí. Más tarde, quizá al construirse
la iglesia sobre las tumbas en el Vaticano y en la Vía Ostiensis, los restos
fueron restituidos a su anterior lugar de descanso: los de Pedro a la Basílica
Vaticana y los de Pablo la iglesia en la Vía Ostiensis.
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