Cuando le llegó a Isabel su día, dio a luz un hijo y sus vecinos y parientes se alegraron con ella al enterarse de la misericordia tan grande que el Señor le había mostrado. Al octavo día vinieron para cumplir con el niño el rito de la circuncisión, y querían ponerle por nombre Zacarías, por llamarse así su padre. Pero la madre dijo: «No, se llamará Juan.» Los otros dijeron: «Pero si no hay nadie en tu familia que se llame así.» Preguntaron por señas al padre cómo quería que lo llamasen. Zacarías pidió una tablilla y escribió: «Su nombre es Juan», por lo que todos se quedaron extrañados.
En ese mismo instante se le soltó la lengua y
comenzó a alabar a Dios. Un santo temor se apoderó del vecindario, y
estos acontecimientos se comentaban en toda la región montañosa de Judea.
La gente que lo oía quedaba pensativa y decía: «¿Qué va a ser este niño?»
Porque comprendían que la mano del Señor estaba con él.nA medida que el
niño iba creciendo, le vino la fuerza del Espíritu. Vivió en lugares apartados
hasta el día en que se manifestó a Israel.
“Es necesario que él crezca y yo disminuya”
Con
razón, Juan Bautista puede decir del Señor nuestro Salvador: "hace falta
que él crezca y que yo disminuya" (Jn 3,30). Esta afirmación se realiza en
este mismo momento: al nacimiento de Cristo, los días aumentan; al de Juan,
disminuyen... Cuando aparece el Salvador, el día, con toda evidencia, aumenta;
retrocede en el momento en el que nace el último profeta, porque está escrito:
"la Ley y los profetas reinaron hasta Juan" (Lc 16,16). Era
inevitable que la observancia de la Ley se ensombrezca, en el momento en el que
la gracia del Evangelio empieza a resplandecer; a la profecía del Antiguo
Testamento le sucede la gloria del Nuevo...
El evangelista dice a propósito del Señor Jesucristo:
"Él era la luz verdadera que alumbra a todo hombre" (Jn 1,9)... Es en
el momento en el que la oscuridad de la noche cubría casi el día entero, cuando
la súbita llegada del Señor, lo convirtió todo en claridad. Si su nacimiento
hizo desaparecer las tinieblas de los pecados de la humanidad, su llegada dio
fin a la noche y trajo a los hombres la luz y el día... El Señor dice que Juan
es una lámpara: "Él es la lámpara que arde y que alumbra" (Jn 5,35).
La luz de la lámpara palidece cuando brillan los rayos del sol; la llama baja,
vencida por el resplandor de una luz más radiante. ¿Qué hombre razonable se
sirve de una lámpara a pleno sol?... ¿Quién vendría todavía para recibir el
bautismo de penitencia de Juan (Mc 1,4), cuando el bautismo de Jesús aporta la
salvación?
San Máximo de Turín
No hay comentarios:
Publicar un comentario