Yo se lo digo: si no se proponen algo más perfecto que lo de
los fariseos, o de los maestros de la Ley, ustedes no pueden entrar en el Reino
de los Cielos. Ustedes han escuchado lo que se dijo a sus antepasados:
«No matarás; el homicida tendrá que enfrentarse a un juicio.»
Pero yo les digo: Si uno se enoja con su hermano,
es cosa que merece juicio. El que ha insultado a su hermano, merece ser llevado
ante el Tribunal Supremo; si lo ha tratado de renegado de la fe, merece ser
arrojado al fuego del infierno. Por eso, si tú estás para presentar tu
ofrenda en el altar, y te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti,
deja allí mismo tu ofrenda ante el altar, y vete antes a hacer las paces con tu
hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda. Trata de llegar a un
acuerdo con tu adversario mientras van todavía de camino al juicio. ¿O
prefieres que te entregue al juez, y el juez a los guardias, que te encerrarán
en la cárcel? En verdad te digo: no saldrás de allí hasta que hayas
pagado hasta el último centavo.
“Ve primero a
reconciliarte con tu hermano, y después ven a presentar tu ofrenda”
El
único y el mismo Cristo esta presente en el pan eucarístico de todos los
lugares de la tierra. Esto significa que sólo podemos encontrarlo junto con
todos los demás. Sólo podemos recibirlo en la unidad. ¿No es esto lo que nos ha
dicho el apóstol san Pablo…? Escribiendo a los Corintios, afirma: "El pan
es uno, y así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque
comemos todos del mismo pan" (1 Co 10, 17). La consecuencia es clara: no
podemos comulgar con el Señor, si no comulgamos entre nosotros. Si queremos
presentaros ante él, también debemos ponernos en camino para ir al encuentro
unos de otros. Por eso, es necesario aprender la gran lección del perdón: no
dejar que se insinúe en el corazón la polilla del resentimiento, sino abrir el
corazón a la magnanimidad de la escucha del otro, abrir el corazón a la
comprensión, a la posible aceptación de sus disculpas y al generoso
ofrecimiento de las propias.
La Eucaristía -repitámoslo- es sacramento de la unidad.
Pero, por desgracia, los cristianos están divididos, precisamente en el
sacramento de la unidad. Por eso, sostenidos por la Eucaristía, debemos
sentirnos estimulados a tender con todas nuestras fuerzas a la unidad plena que
Cristo deseó ardientemente en el Cenáculo (Jn 17,21-22)... quisiera reafirmar
mi voluntad de asumir el compromiso fundamental de trabajar con todas mis
energías en favor del restablecimiento de la unidad plena y visible de todos los
seguidores de Cristo. Soy consciente de que para eso no bastan las
manifestaciones de buenos sentimientos. Hacen falta gestos concretos que entren
en los corazones y sacudan las conciencias, estimulando a cada uno a la
conversión interior, que es el requisito de todo progreso en el camino del
ecumenismo.
Benedicto XVI
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