A lo largo del camino proclamen: ¡El Reino de los
Cielos está ahora cerca!
Sanen enfermos, resuciten muertos, limpien leprosos y echen los demonios.
Ustedes lo recibieron sin pagar, denlo sin cobrar. No lleven oro, plata o
monedas en el cinturón. Nada de provisiones para el viaje, o vestidos de
repuesto; no lleven bastón ni sandalias, porque el que trabaja se merece el
alimento.
En todo pueblo o aldea en que entren, busquen alguna persona que
valga, y quédense en su casa hasta que se vayan. Al entrar en la casa, deséenle
la paz. Si esta familia la merece, recibirá vuestra paz; y si no la merece, la
bendición volverá a ustedes.
“Proclamad que el Reino de los cielos está cerca”
Cristo, el gran Profeta, que
proclamó el reino del Padre con el testimonio de la vida y con el poder de la
palabra, cumple su misión profética hasta la plena manifestación de la gloria,
no sólo a través de la Jerarquía, que enseña en su nombre y con su poder, sino
también por medio de los laicos, a quienes, consiguientemente, constituye en
testigos y les dota del sentido de la fe y de la gracia de la palabra (cf. Hch
2, 17-18; Ap 19, 10) para que la virtud del Evangelio brille en la vida diaria,
familiar y social. Se manifiestan como hijos de la promesa en la medida en que,
fuertes en la fe y en la esperanza, aprovechan el tiempo presente (Ef 5, 16;
Col 4, 5) y esperan con paciencia la gloria futura (cf. Rm 8, 25)… Tal
evangelización, es decir, el anuncio de Cristo pregonado por el testimonio de
la vida y por la palabra, adquiere una característica específica y una eficacia
singular por el hecho de que se lleva a cabo en las condiciones comunes del
mundo.
En esta tarea resalta el gran valor de aquel estado de
vida santificado por un especial sacramento, a saber, la vida matrimonial y
familiar. En ella el apostolado de los laicos halla una ocasión de ejercicio y
una escuela preclara si la religión cristiana penetra toda la organización de
la vida y la transforma más cada día. Aquí los cónyuges tienen su propia
vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de
Cristo. La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes
virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada. De tal
manera, con su ejemplo y su testimonio arguye al mundo de pecado e ilumina a
los que buscan la verdad.
Por consiguiente, los laicos, incluso cuando están ocupados en los cuidados
temporales, pueden y deben desplegar una actividad muy valiosa en orden a la
evangelización del mundo.
Concilio
Vaticano II
Constitución sobre la Iglesia “Lumen gentium”,
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