Ustedes han oído que se dijo: «Amarás a tu prójimo y no harás
amistad con tu enemigo.»
Pero yo les digo: Amen a sus enemigos y recen por
sus perseguidores, para que así sean hijos de su Padre que está en
los Cielos. Porque él hace brillar su sol sobre malos y buenos, y envía la
lluvia sobre justos y pecadores.Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué
mérito tiene? También los cobradores de impuestos lo hacen.
Y si saludan sólo a sus amigos, ¿qué tiene de
especial? También los paganos se comportan así.Por su parte, sean ustedes perfectos como es
perfecto el Padre de ustedes que está en el Cielo.
El amor a los enemigos
Hay en
la comunidad una hermana que tiene el don de desagradarme en todo. Sus modales,
sus palabras, su carácter me resultan sumamente desagradables. Sin embargo, es
una santa religiosa, que debe de ser sumamente agradable a Dios.
Entonces, para no ceder a la antipatía natural que
experimentaba, me dije a mí misma que la caridad no debía consistir en simples
sentimientos, sino en obras, y me dediqué a portarme con esa hermana como lo
hubiera hecho con la persona a quien más quiero. Cada vez que la encontraba,
pedía a Dios por ella, ofreciéndole todas sus virtudes y sus méritos.
Sabía muy bien que esto le gustaba a Jesús, pues no hay
artista a quien no le guste recibir alabanzas por sus obras. Y a Jesús, el
Artista de las almas, tiene que gustarle enormemente que no nos detengamos en
lo exterior, sino que penetremos en el santuario íntimo que él se ha escogido
por morada y admiremos su belleza.
No me conformaba con rezar mucho por esa hermana que
era para mí motivo de tanta lucha. Trataba de prestarle todos los servicios que
podía; y cuando sentía la tentación de contestarle de manera desagradable, me
limitaba a dirigirle la más encantadora de mis sonrisas y procuraba cambiar de
conversación.
Con frecuencia también… como tenía que mantener
relaciones con esta hermana a causa del oficio, cuando mis combates interiores
eran demasiado fuertes, huía como un desertor.
Como ella ignoraba por completo lo que yo sentía hacia su persona, nunca
sospechó los motivos de mi conducta, y vive convencida de que su carácter me
resultaba agradable.
Un día, en la recreación, me dijo con aire muy satisfecho más o menos estas
palabras: “¿Querría decirme, hermana Teresa del Niño Jesús, qué es lo que la
atrae tanto en mi? Siempre que me mira, la veo sonreír”. ¡Ay!, lo que me atraía
era Jesús, escondido en el fondo de su alma... Jesús, que hace dulce hasta lo
más amargo...
Santa Teresa del Niño
Jesús
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