Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su Padre que está en el cielo, cuando ayudes a un necesitado, no lo publiques al son de trompetas; no imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los alaben. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio.Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha, tu limosna quedará en secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará.
Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo; les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio, pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará. Cuando ustedes hagan ayuno, no pongan cara triste, como los que dan espectáculo y aparentan palidez, para que todos noten sus ayunos. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio. Cuando tú hagas ayuno, lávate la cara y perfúmate el cabello, no son los hombres los que notarán tu ayuno, sino tu Padre que ve las cosas secretas, y tu Padre que ve en lo secreto, te premiará
Si al cumplir una buena acción no tenemos como finalidad
la gloria de Dios y el verdadero bien de nuestros hermanos, sino que más bien
aspiramos a satisfacer un interés personal o simplemente a obtener la
aprobación de los demás, nos situamos fuera de la perspectiva evangélica. En la
sociedad moderna de la imagen hay que estar muy atentos, ya que esta tentación
se plantea continuamente. La limosna evangélica no es simple filantropía: es
más bien una expresión concreta de la caridad, la virtud teologal que exige la
conversión interior al amor de Dios y de los hermanos, a imitación de
Jesucristo, que muriendo en la cruz se entregó a sí mismo por nosotros. Luego,
en el pasaje evangélico, Jesús, poniéndonos en guardia contra la carcoma de la
vanidad que lleva a la ostentación y a la hipocresía, a la superficialidad y a
la auto-complacencia, reafirma la necesidad de alimentar la rectitud del
corazón. Al mismo tiempo, muestra el medio para crecer en esta pureza de
intención: cultivar la intimidad con el Padre celestial.
Benedicto XVI
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