Jesús dijo a sus discípulos:
No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que
entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi
Padre que está en el cielo.
Así, todo el
que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede
compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca. Cayeron las
lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la
casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las
practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre
arena. Cayeron las lluvias, seprecipitaron los torrentes, soplaron los
vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande"
La roca de la
fe, el amor, la verdad
La
luz del amor, propia de la fe, puede iluminar los interrogantes de nuestro
tiempo en cuanto a la verdad. A menudo la verdad queda hoy reducida a la
autenticidad subjetiva del individuo, válida sólo para la vida de cada uno. Una
verdad común nos da miedo, porque la identificamos con la imposición
intransigente de los totalitarismos. Sin embargo, si es la verdad del amor, si
es la verdad que se desvela en el encuentro personal con el Otro y con los
otros, entonces se libera de su clausura en el ámbito privado para formar parte
del bien común. La verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta
a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de
cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en
la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario,
la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le
abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos
pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos.
Por otra parte, la luz de la fe, unida a la verdad del
amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y
alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de
Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella
se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de
la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar abierto
a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido
crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus
fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas.
Invitando a maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los
horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los
estudios de la ciencia.
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