Jesús llegó a orillas del mar de
Galilea y, subiendo a la montaña, se sentó. Una gran multitud acudió a él,
llevando paralíticos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros enfermos. Los
pusieron a sus pies y él los curó. La multitud se admiraba al ver que los
mudos hablaban, los inválidos quedaban curados, los paralíticos caminaban y los
ciegos recobraban la vista. Y todos glorificaban al Dios de
Israel.
Entonces Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da pena esta
multitud, porque hace tres días que están conmigo y no tienen qué comer. No quiero despedirlos en ayunas, porque podrían desfallecer en el
camino". Los discípulos le dijeron: "¿Y dónde podríamos
conseguir en este lugar despoblado bastante cantidad de pan para saciar a tanta
gente?". Jesús les dijo: "¿Cuántos
panes tienen?". Ellos respondieron: "Siete y unos pocos pescados".
El ordenó a la multitud que se
sentara en el suelo; después, tomó los panes y los pescados, dio gracias,
los partió y los dio a los discípulos. Y ellos los distribuyeron entre la
multitud. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que sobraron se
llenaron siete canastas.
Meditación
del Papa Francisco
¿De dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta está en la
invitación de Jesús a los discípulos: "Ustedes mismos den...",
"dar", compartir. ¿Qué cosa comparten los discípulos? Lo poco que
tienen: cinco panes y dos peces. Pero son justamente estos panes y estos peces
los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud.
Y son justamente los discípulos desorientados delante de la incapacidad de sus
medios -la pobreza de lo que pueden poner a disposición-, quienes hacen
acomodar a la gente y distribuyen, confiando en la palabra de Jesús, los panes
y peces que sacian a la multitud.
Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra
clave de la que no debemos tener miedo es: "solidaridad", saber dar,
o sea, poner a disposición de Dios todo lo que tenemos, nuestras humildes
capacidades, porque solamente compartiendo, en el don, nuestra vida será fecunda,
dará fruto. Solidaridad: ¡una palabra mal vista por el espíritu mundano!. (S.S.
Francisco, 30 de mayo de 2013).
Reflexión
Las curaciones que obró Jesús pueden parecernos hasta "lógicas"...
¡era el Hijo de Dios!... y a fuerza de leerlas y oírlas pierden su impacto y ya
no las consideramos como algo extraordinario. Sí, es verdad que Jesús curaría a
muchos, pero no fueron todos. ¿No es verdad que también Él se encontró frente a
la incredulidad, la envidia o el menosprecio, sobre todo de parte de los
poderosos y sabios según el mundo? Y no serían pocos a quienes les faltó fe,
humildad o perseverancia para llegar hasta Él y pedir su favor.
Existen organizaciones que han tomado la responsabilidad de llevar enfermos a
Lourdes, o de organizar peregrinaciones en atención a necesitados de toda
índole. Son obras encomiables por el sacrificio de tantos voluntarios y por los
bienes que de ahí se obtienen para enfermos y sanos. Acercarse a Jesús,
llevarle nuestras propias personas, y también aquellos que a nuestro alrededor
están mudos de alegrías, ciegos por no ver a Dios, cojos de esperanza o mancos
de solidaridad, puede ser un buen programa de vida.
Cuando la vivencia de nuestra fe consiste en esto, encontramos aplicaciones
concretas que nos ayudan a conocernos mejor y que nos abren a las necesidades y
problemas de los demás. Pero todo este bello ideal no se sostiene sin lucha.
Cuando el mundo no nos hable sino de pesimismo y tragedias, cuando caminamos
por él arrastrando las pesadas cargas de la enfermedad, del sufrimiento, de la
incomprensión o la ingratitud, cuando ya no nos quedan fuerzas o la
"fantasía de la caridad" parece habérsenos agotado.... Entonces es
cuando sobre todo vale la pena acercarse a Jesús. Él nos espera, nos llama, nos
curará de nuestras miserias y de las debilidades de quienes le sepamos
presentar. Demos gloria a Dios con la gratitud de auténticos hijos, pues, ¡lo somos!
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