En aquellos días, María partió y fue sin demora a
un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Apenas
esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel,
llena del Espíritu Santo,
exclamó: "¡Tú eres bendita entre todas las
mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga
a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno. Feliz
de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del
Señor". María dijo entonces: "Mi alma canta la grandeza del
Señor, y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque
el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las
generaciones me llamarán feliz,
En el contexto del Evangelio de Lucas, la mención
del corazón noble y generoso, que escucha y guarda la Palabra, es un retrato
implícito de la fe de la Virgen María. El mismo evangelista habla de la memoria
de María, que conservaba en su corazón todo lo que escuchaba y veía, de modo
que la Palabra diese fruto en su vida. La Madre del Señor es icono perfecto de
la fe, como dice santa Isabel: "Bienaventurada la que ha creído"
[...]
En la Madre de Jesús, la fe ha dado su mejor
fruto, y cuando nuestra vida espiritual da fruto, nos llenamos de alegría, que
es el signo más evidente de la grandeza de la fe. En su vida, María ha
realizado la peregrinación de la fe, siguiendo a su Hijo. Así, en María, el
camino de fe del Antiguo Testamento es asumido en el seguimiento de Jesús y se
deja transformar por él, entrando a formar parte de la mirada única del Hijo de
Dios encarnado (S.S. Francisco, encíclica Lumen fidei, n. 58).
Reflexión
Es una realidad que todo ser humano busca la
felicidad. Pero, si todos queremos ser felices, ¿por qué hay tantos problemas?,
¿por qué existen tantos males como las guerras, las injusticias y los odios? La
respuesta es muy sencilla: porque no todos sabemos en qué consiste la
felicidad. María nos enseña que la clave de la felicidad está en dos cosas:
amar y ser amado.
Estas realidades no van contrapuestas, sino que
están tan unidas como nuestra alma a nuestro cuerpo. María nos muestra el por
qué. Ella ha experimentado el amor de Dios a tal grado que se ha convertido en
el pilar que sostiene su vida. Sabe que pase lo que pase Dios no dejará de
amarla. Con su actitud, nos invita a estar conscientes de que todo en nuestra
vida es pasajero, excepto el amor de Dios. Podemos perder todo: casa, trabajo,
familia… pero nunca perderemos el amor de Dios.
Es precisamente esto lo que lleva a María a la
segunda parte de la felicidad: amar. Cuando un cristiano experimenta el amor de
Dios, surge en su interior un sincero deseo de corresponder. María lo demuestra
cuando, con alegría y sencillez, va en busca de su prima Isabel, para llevarle
a Jesús.
Éste es el reto de los cristianos: amar y ser
amados. La segunda parte ya la tenemos: Dios nunca dejará de amarnos. ¿Estamos
dispuestos a vivir la primera?
La Iglesia en México, en América, en el mundo entero,
celebra la Virgen de Guadalupe, y tendrá siempre presente un cerro en el que la
Virgen nos alentó con su cariño: "¿No estoy yo aquí, que soy tu
madre?" Son palabras que nos unen directamente al Calvario, cuando Cristo,
el crucificado, le dijo a María: "He ahí a tu hijo". Son palabras que
nos alivian en las mil aventuras de la vida, en los peligros, en las pruebas,
en los fracasos.
María nos espera a todos, como a hijos. México
estará muy cerca de Dios si sabe conservar, en la fe de cada mexicano, su amor
a la Virgen, Nuestra Señora del Tepeyac. Cuando rompamos las fronteras de la
muerte y encontremos al Dios de la justicia y del perdón, sentiremos en lo más
profundo del corazón el cariño de María de Guadalupe. Un amor fiel, un amor
fresco, un amor de Madre, en el tiempo y en la eternidad.
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