En aquella época apareció un decreto del emperador
Augusto, ordenando que se realizara un censo en todo el mundo. Este primer
censo tuvo lugar cuando Quirino gobernaba la Siria. Y cada uno iba a
inscribirse a su ciudad de origen.
José, que pertenecía a la familia de David, salió
de Nazaret, ciudad de Galilea, y se dirigió a Belén de Judea, la ciudad de
David, para inscribirse con María, su esposa, que estaba embarazada.
Mientras se encontraban en Belén, le llegó el
tiempo de ser madre; y María dio a luz a su Hijo primogénito, lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el
albergue. En esa región acampaban unos pastores, que vigilaban por turno
sus rebaños durante la noche. De pronto, se les apareció el Angel del
Señor y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Ellos sintieron un gran
temor,
pero el Angel les dijo: "No teman, porque les
traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la
ciudad de David, les ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor. Y
esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en
pañales y acostado en un pesebre". Y junto con el Angel, apareció de
pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: "¡Gloria
a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él!".
“Les traigo una
buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo”
Hace
mucho frío sobre la tierra.Los cielos están tan bordados de estrellas que
solamente se adivina el fondo azul oscuro de la bóveda celeste, inundada de
tinieblas. En la tierra…una estrella de las más pequeñas del inmenso sistema
planetario… están ocurriendo esta noche prodigios que asombran a los ángeles…:
un Dios que por amor al hombre desciende humillado en carne mortal y nace de
una mujer (Lc. 1,30-31), en una estrella de las más pequeñas… de las más frías,
en la tierra…
Los hombres también tienen hielo en sus corazones.
Nadie acude a presenciar el milagro del nacimiento de Dios. Solamente se reduce
el mundo entero, a una mujer que se llama María, a un hombre de ojos azules,
que se llama José, y a un Niño recién nacido que envuelto en pañales, abre por
primera vez los ojos entre el aliento de un asno y un buey, y apoyado entre un
puñado de pajas, que la pobreza de José, y la solicitud y el amor de María, le
han procurado. El mundo entero duerme inconsciente el pesado sueño de la carne…
Hace mucho frío esta noche en las tierras de Judá… Las estrellas que bordan los
cielos, son los ojos de los ángeles que cantan el “Gloria a Dios en las
alturas”…, canto hecho para Dios, oído por unos pastores, que vigilan sus
rebaños y acuden a adorar con sus almas infantiles, a Jesús que acaba de nace…
La primera lección del amor de Dios… Y aunque mi alma
no tiene la castidad de José ni el amor de María…, ofrecí al Señor mi pobreza
absoluta de todo, mi alma vacía; y si no le entoné himnos como los ángeles, procuraré
cantarle coplas de pastores…, la canción del pobre, del que nada tiene, la
canción del que sólo miserias puede ofrecer a Dios… Pero no importa, pues las
miserias y flaquezas ofrecidas a Jesús por un corazón de veras enamorado, son
aceptadas por Él, como si fueran virtudes… Grande…, inmensa es la misericordia
de Dios. Mi carne mortal, no oye las alabanzas del cielo, pero mi alma divina,
que también hoy como entonces, los ángeles miran asombrados a la tierra y
entonan
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