Este fue el origen de Jesucristo: María, su madre, estaba comprometida con José
y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra del
Espíritu Santo.
José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente,
resolvió abandonarla en secreto. Mientras pensaba en esto, el Angel del
Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas
recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella proviene
del Espíritu Santo.
Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque él salvará
a su Pueblo de todos sus pecados". Todo esto sucedió para que se
cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta: La Virgen
concebirá y dará a luz un hijo a quien pondrán el nombre de Emanuel, que
traducido significa: "Dios con nosotros". Al despertar, José
hizo lo que el Angel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa,
Y José es "custodio" porque sabe
escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por eso es más
sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo leer con realismo
los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y sabe tomar las decisiones
más sensatas.
En él, queridos amigos, vemos cómo se responde a
la llamada de Dios, con disponibilidad, con prontitud; pero vemos también cuál
es el centro de la vocación cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra
vida, para guardar a los demás, salvaguardar la creación. Pero la vocación de
custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los cristianos, sino que tiene una
dimensión que antecede y que es simplemente humana, corresponde a todos. Es
custodiar toda la creación, la belleza de la creación, como se nos dice en el
libro del Génesis y como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto
por todas las criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. (S.S.
Francisco, 19 de marzo de 2013).
Reflexión
Nos encontramos ya a pocos días de la Navidad.
¡Está ya para llegar nuestro Redentor, el Mesías prometido, nuestro Salvador! Y
tal vez todavía no le hemos preparado un lugar digno dentro de nuestro corazón
para que nazca en él el día de su llegada.
Angelus Silesius, conocido poeta alemán del siglo
XVIII, escribía: "Si Jesús naciera mil veces en Belén, pero no nace en tu
corazón, de nada te serviría".
Alcide de Gasperi, estadista italiano de gran
valor y clarividencia, salvó a su país de la amenaza comunista en los años de
la posguerra. Fue el fundador de la "Democrazia Cristiana" y, además
de buen político, era un hombre profundamente católico. Se cuenta que, cuando
vivía en Roma, solía preparar con especial devoción, junto con su mujer y sus
hijas, el nacimiento y la gruta de Belén. De entre las ovejitas escogían dos, a
las cuales les ponían los nombres de las dos hijas, María Romana y Lucía. Cada
día de la novena de Navidad, las niñas debían hacer ofrecer un especial
sacrificio al Niño Jesús, al cual correspondía un progresivo avance de la
respectiva ovejita a la cueva de Belén. Pero si se olvidaban de su ofrecimiento
o faltaban en generosidad, las ovejitas venían alejadas cada vez más de la
gruta. Era una gran lección de mortificación y de acercamiento al Señor: debían
prepararse para el nacimiento de Jesús a través de la oración, el sacrificio y
las buenas obras.
También nosotros necesitamos prepararle un lugar
digno en nuestro corazón para este 24 de diciembre. Pero fijémonos que Él no tiene
grandes pretensiones. Si tuviéramos que conseguirle un palacio, podríamos
excusarnos y decirle: "no puedo; no tengo los medios para hacerlo".
Pero lo que Jesús necesita es solamente un pesebre. Y eso sí se lo podemos
ofrecer. Todos, hasta el más pobre de nosotros. Jesús escogió una gruta para
nacer. Y eso mismo es lo que escoge hoy. Él es enemigo de las pompas humanas,
de los lujos y vanidades superfluas. Él se contenta con poco. Un pesebre le
basta. ¡Qué tremenda enseñanza de humildad, de pobreza y de sencillez la que
nos da, sin palabras ni discursos!
Pero, aunque sea pobre nuestro pesebre, debe ser
también muy limpio, ordenado y calentito. Y esto sólo lo da la pureza de alma y
la de vida de gracia a través de la oración y de los sacramentos.
Belén es también una lección inmensa de bondad y
de amor porque Él, siendo el Dios infinito, eterno y todopoderoso, eligió este
modo para salvarnos. Nadie hace algo así sólo por amor al arte o por
"deporte".
Y si eligió ese modo de nacer fue porque quiso
compartir nuestra debilidad, nuestra pobreza y naturaleza humana tan desvalida.
Porque quiso abajarse y hacerse uno como nosotros; es más, como el más débil y
el más pequeño de nosotros. Él es nuestro Hermano, el protector de los pobres,
de los débiles y de los desamparados. En Él todos podemos sentir su amor,
experimentar su consuelo en la aflicción, su compañía en la tristeza y soledad.
Y si Jesús Niño es así de bueno con nosotros, no
debe haber cabida en nuestra alma para el egoísmo o los intereses particulares.
Hay muchas personas a nuestro lado –niños y adultos, hombres y mujeres— que
necesitan de nuestro amor y de nuestra ayuda. Ojalá que no pasemos ante sus
necesidades con un corazón de piedra. Si así fuera, la Navidad no nos habrá
servido de nada, nos dejaría iguales. Seguiría siendo invierno en nuestro
interior.
No hay comentarios:
Publicar un comentario