En aquel momento Jesús se estremeció de gozo,
movido por el Espíritu Santo, y dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y
de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y
haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre,
porque así lo has querido, todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie sabe
quién es el Hijo, sino el Padre, como nadie sabe quién es el Padre, sino el
Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar".
Después, volviéndose hacia sus discípulos, Jesús
les dijo a ellos solos: "¡Felices los ojos que ven lo que ustedes ven! ¡Les
aseguro que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que ustedes ven y no lo
vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron!".
Reflexión
La euforia reina en los comentarios, en los rostros de los discípulos tras su exitosa misión. Jesús los recibe y parece también Él contagiarse de la alegría con que lo celebran. No es solamente un triunfo humano. Es ante todo el reconocimiento del don de Dios que en aquellos hombres sencillos se ha prodigado abundantemente para transformarles en heraldos, en testigos y anunciadores de su mensaje. Y son ellos, gentes sin formación, los que llegan a conocer tal misterio, pues como dijo san Pablo: "Hablamos de una sabiduría de Dios misteriosa, escondida (...) desconocida de todos los príncipes de este mundo.(...) Si alguno entre vosotros se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio (...) pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios" (1Cor 3, 18-9).
Da que pensar el hecho de que a lo largo de más de
4000 años de historia Sagrada, los personajes que Dios ha escogido para
anunciar a los hombres sus mensajes, hayan sido, por lo general, gentes
sencillas y sin instrucción. En muchos casos eran apocados o tímidos, también
mujeres virtuosas aunque a simple vista débiles. La historia de los pastores
como José, el hijo pequeño de Jacob, y el mismo David, el rey, parece repetirse
cuando la Sma. Virgen María escoge a las personas más sencillas para revelar
sus mensajes. La historia de san Juan Diego y la Virgen Guadalupana, las de los
pastorcillos de Fátima, o la de Bernardette en Lourdes son sólo algunos casos.
Y esto no es por pura coincidencia, sino testimonio de la coherencia de los
planes de Dios. La sencillez conquista y "subyuga" a Dios. Él se
enamora de las almas humildes y simples.
Él devela sus secretos y su misterio sólo a los
sencillos de corazón. Como lo hizo en María y como lo ha hecho a lo largo de
todos los siglos. También quisiera hacerlo en nuestra oración de hoy y de cada
día, contando con nuestra colaboración.
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