Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de
Abraham:
Abraham fue padre de Isaac; Isaac, padre de Jacob;
Jacob, padre de Judá y de sus hermanos.
Judá fue padre
de Fares y de Zará, y la madre de estos fue Tamar. Fares fue padre de Esrón;
Esrón, padre de
Arám; Arám, padre de Aminadab; Aminadab, padre de Naasón; Naasón, padre de
Salmón.
Salmón fue padre de Booz, y la madre de este fue
Rahab. Booz fue padre de Obed, y la madre de este fue Rut. Obed fue padre de
Jesé;
Jesé, padre del rey David. David fue padre de
Salomón, y la madre de este fue la que había sido mujer de Urías.
Salomón fue padre de Roboám; Roboám, padre de
Abías; Abías, padre de Asá;
Asá, padre de Josafat; Josafat, padre de Jorám;
Jorám, padre de Ozías.
Ozías fue padre de Joatám; Joatám, padre de Acaz;
Acaz, padre de Ezequías;
Ezequías, padre de Manasés. Manasés fue padre de
Amón; Amón, padre de Josías;
Josías, padre de Jeconías y de sus hermanos,
durante el destierro en Babilonia.
Después del destierro en Babilonia: Jeconías fue
padre de Salatiel; Salatiel, padre de Zorobabel;
Zorobabel, padre de Abiud; Abiud, padre de
Eliacím; Eliacím, padre de Azor.
Azor fue padre de Sadoc; Sadoc, padre de Aquím;
Aquím, padre de Eliud;
Eliud, padre de Eleazar; Eleazar, padre de Matán;
Matán, padre de Jacob.
Jacob fue padre de José, el esposo de María, de la
cual nació Jesús, que es llamado Cristo.
El total de las generaciones es, por lo tanto:
desde Abraham hasta David, catorce generaciones; desde David hasta el destierro
en Babilonia, catorce generaciones; desde el destierro en Babilonia hasta
Cristo, catorce generaciones.
Meditación del
Papa Francisco
El Dios que pide a Abrahán que se fíe totalmente
de él, se revela como la fuente de la que proviene toda vida. De esta forma, la
fe se pone en relación con la paternidad de Dios, de la que procede la
creación: el Dios que llama a Abrahán es el Dios creador, que "llama a la
existencia lo que no existe", que "nos eligió antes de la fundación
del mundo... y nos ha destinado a ser sus hijos".
Para Abrahán, la fe en Dios ilumina las raíces más
profundas de su ser, le permite reconocer la fuente de bondad que hay en el
origen de todas las cosas, y confirmar que su vida no procede de la nada o la
casualidad, sino de una llamada y un amor personal. El Dios misterioso que lo
ha llamado no es un Dios extraño, sino aquel que es origen de todo y que todo
lo sostiene. La gran prueba de la fe de Abrahán, el sacrificio de su hijo
Isaac, nos permite ver hasta qué punto este amor originario es capaz de
garantizar la vida incluso después de la muerte. La Palabra que ha sido capaz
de suscitar un hijo con su cuerpo “"medio muerto" y "en el seno
estéril" de Sara, será también capaz de garantizar la promesa de un futuro
más allá de toda amenaza o peligro. (S.S. Francisco, encíclica
Lumen fidei, n. 11).
Reflexión
¿Quién no recuerda el reloj -aquel calendario en
lo alto de la Torre Eiffel- anunciando los días y las horas que restaban para
el fin de siglo y de milenio? Y cada vez que se lanza un nuevo cohete espacial
se produce una "cuenta atrás" que es seguida por cientos de personas
que han trabajado durante meses, quizás años en el proyecto.
Son ejemplos que pueden servirnos para hablar de
la "cuenta atrás" por excelencia en la historia entre Dios y los
hombres. La genealogía de Jesús es un resumen, hora a hora, del tiempo desde la
creación, en su ir transcurriendo hasta llegar a "su plenitud". La
hora "cero", la hora de Jesús el Mesías había llegado y los
evangelistas, como buenos reporteros, nos la ilustran.
Hay que poner los relojes en "hora" para
celebrar en su justo momento el final de una cuenta atrás. Pero, ¿a que nos
sirve a nosotros que hemos venido después del gran advenimiento de la venida
del Señor? No olvidemos que el Señor ha de volver. Tan clara era esta
conciencia de la segunda venida de Jesucristo, que muchos de los primeros
discípulos creían que era algo inminente. Han pasado más de dos mil años y
"esperamos su gloriosa venida" que se producirá al final de los
tiempos. Mientras tanto, la vida litúrgica, año a año, nos ofrece la posibilidad
de revivir esta "cuenta atrás" en la vivencia de los misterios de la
vida de Jesucristo, sobre todo de su nacimiento, pasión y resurrección -
ascensión a los cielos. No es un mero recordatorio, como podrían ser la
celebración de un cumpleaños o aniversario. Porque la presencia real de
Jesucristo entre nosotros nos introduce en el misterio del tiempo y de la
eternidad. Y en cada celebración eucarística se tiende un puente estas dos
dimensiones.
Dios se hace más presente en mi corazón si lo
recibo con mejores disposiciones, si soy más consciente que Él viene esta
Navidad, que sufre en su Pasión, y al fin Resucita glorioso. La liturgia es un
medio maravilloso para vivir profundamente este misterio por el que cada uno
puede renovar con Jesús aquello mismo que sucedió hace dos milenios. No hay
tiempo para Dios.
Nuestras "cuenta atrás" para esta
Navidad, por ejemplo, serán únicas, no habrá otra igual... porque es por
dentro, en el reloj de nuestras almas, donde se marca el pulso de nuestro
tic-tac de cara a Dios.
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