Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser
madre, dio a luz un hijo.
Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran
misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella. A los
ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías,
como su padre; pero la madre dijo: "No, debe llamarse Juan". Ellos
le decían: "No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre".
Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre
quería que le pusieran.
Este pidió una pizarra y escribió: "Su nombre
es Juan". Todos quedaron admirados.
Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla
y comenzó a alabar a Dios.
Este acontecimiento produjo una gran impresión
entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región
montañosa de Judea.
Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo
en su corazón y se decían: "¿Qué llegará a ser este niño?". Porque la
mano del Señor estaba con él.
Isabel y su hijo se regocija en el vientre al
escuchar las palabras de María. Es todo alegría, la alegría que es fiesta. Los
cristianos no estamos tan acostumbrados a hablar de la alegría, del gozo, creo
que muchas veces nos gustan más las quejas.
Él que nos da la alegría es el Espíritu Santo. Es
el Espíritu el que nos guía. Él es el autor de la alegría, el Creador de la
alegría. Y esta alegría en el Espíritu Santo, nos da la verdadera libertad
cristiana. Sin alegría, nosotros los cristianos no podemos ser libres, nos
convertimos en esclavos de nuestras tristezas.
El gran Pablo VI dijo que no se puede llevar
adelante el evangelio con cristianos tristes, desesperanzados, desanimados. No
se puede. Esta actitud un poco fúnebre, ¿no? Muchas veces los cristianos tienen
un rostro que es más bien para ir a una procesión fúnebre, que para ir a alabar
a Dios, ¿no? Y de esta alegría viene la alabanza, esta alabanza de María, esta
alabanza que dice Sofonías, la alabanza de Simeón, de Ana: ¡la alabanza de
Dios!
El corazón alaba a Dios ¿Y cómo se alaba a Dios?
Se alaba saliendo de sí mismos, gratuitamente, como es gratuita la gracia que
Él nos da. Usted que está aquí en la misa, ¿alaba a Dios, o solo le pide a Dios
y le agradece? ¿Acaso alaba a Dios? Aquello es una cosa nueva, nueva en nuestra
vida espiritual. Alabar a Dios, salir de nosotros mismos para alabar; perder el
tiempo alabando. (cf S.S. Francisco, 31 de mayo de 2013).
Reflexión
Zacarías está mudo. El ángel lo ha dejado sin
poder contar ni una palabra a Isabel de lo que le ha ocurrido. Nueve meses
largos de espera en silencio es tiempo suficiente para recobrar la paz y la
serenidad. Zacarías había aceptado con dolor este sufrimiento y había aprendido
a ser humilde. Por eso su lengua se "desata" en el momento oportuno.
Ni él ni nadie lo esperaba. Sucede de improviso, como de improviso llegó aquel
día el ángel, pero esta vez el anciano sacerdote supo cómo responder. La
gratitud y la alabanza a Dios son sus primeras palabras en un canto de júbilo
emocionado.
Isabel concibió a Juan en su seno, mientras
Zacarías, en silencio, recobró la fe y confianza en Dios. En ambos se da el
milagro. La vida espiritual se construye a base de pequeños o grandes milagros
que se dan en esa esfera íntima del alma, que sólo Dios y cada uno conoce. Pero
no por ello dejan de ser milagros. Dios toca con su mano nuestras almas más a
menudo que nuestros cuerpos... "la mano del Señor estaba con él..."
sí, y también con nosotros. Porque Dios quiere engendrar en cada uno de nosotros
a un hombre nuevo. Mediante la humildad, el crecimiento de nuestra fe, y de
nuestra confianza. Por medio de la donación y la entrega generosa. Porque sin
amor no podemos hacer nada meritorio. El hombre nuevo que coopera a la acción
de Dios es consciente de su pequeñez, pero aún más de que esa "mano"
divina le sostiene.
El anuncio de la Navidad, con su nuevo nacimiento
tan cercano ya, nos debe estimular. Quien nace es también como en el caso de
Zacarías un hombre nuevo, un hombre tocado por Dios. Salgamos al encuentro de
Jesús, preparemos nuestro espíritu, no dejemos que todo se vaya en lo exterior,
porque es un tiempo precioso para crecer, para engendrar a Jesús más y más en
el corazón. La medida de nuestra felicidad, de nuestra gratitud y alegría, como
la de Zacarías, dependerá de habernos dejado a nosotros mismos y haber aceptado
el querer de Dios. La oración es el medio para fortalecer estas convicciones,
la caridad el instrumento para hacerlas creíbles a los ojos de los demás.
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