En aquel tiempo se presentó Juan el Bautista,
proclamando en el desierto de Judea: "Conviértanse, porque el Reino de los Cielos
está cerca". A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: Una
voz grita en el desierto: Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos. Juan
tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba
con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y
de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del
Jordán, confesando sus pecados.
Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban
a recibir su bautismo, Juan les dijo: "Raza de víboras, ¿quién les enseñó
a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y
no se contenten con decir: 'Tenemos por padre a Abraham'. Porque yo les digo
que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.
El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles:
el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Yo los bautizo con agua para que se conviertan;
pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy
digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el
fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era:
recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego
inextinguible".
Meditación del Papa Francisco
Y luego existen muchas personas, cristianos y no
cristianos, que "pierden la propia vida" por la verdad. Cristo dijo
"yo soy la verdad", por lo tanto quien sirve a la verdad sirve a
Cristo. Una de estas personas, que dio la vida por la verdad, es Juan el Bautista.
Juan fue elegido por Dios para preparar el camino a Jesús, y lo indicó al
pueblo de Israel como el Mesías, el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo. Juan se consagró totalmente a Dios y a su enviado, Jesús. Pero, al
final, ¿qué sucedió? Murió por causa de la verdad, cuando denunció el adulterio
del rey Herodes y Herodías.
¡Cuántas personas pagan a caro precio el
compromiso por la verdad! Cuántos hombres rectos prefieren ir a
contracorriente, con tal de no negar la voz de la conciencia, la voz de la
verdad. Personas rectas, que no tienen miedo de ir a contracorriente. Y
nosotros, no debemos tener miedo.
Entre vosotros hay muchos jóvenes. A vosotros
jóvenes os digo: No tengáis miedo de ir a contracorriente, cuando nos quieren
robar la esperanza, cuando nos proponen estos valores que están pervertidos,
valores como el alimento en mal estado, y cuando el alimento está en mal
estado, nos hace mal. Estos valores nos hacen mal. (S.S. Francisco,
23 de junio de 2013).
Reflexión
El adviento es, por excelencia, el tiempo
litúrgico de la esperanza. Y, por tanto, también de la alegría. Porque
esperamos la venida de nuestro Señor Jesucristo estamos felices y se nos llena
el alma de gozo y de consuelo. Cuando aguardamos la llegada de una persona muy querida
crecen en nuestra alma, de modo espontáneo, la ilusión y el regocijo. Y como
que tenemos más motivos para desear vivir. La esperanza y la alegría van
siempre unidas.
Cristo, nuestro Amigo, nuestro Hermano, nuestro
Redentor, está para llegar esta Navidad. Y nos traerá con su venida todos los
bienes mesiánicos anunciados por los profetas y el gozo cumplido por el que
nuestro corazón suspira. A pesar de todas las tribulaciones, fracasos
aparentes, sufrimientos y amarguras que Dios nuestro Señor, en su infinita y
misteriosa sabiduría, permite que nos sucedan en la vida, estamos seguros de su
amor y de su presencia cercana en medio de esas vicisitudes. Más aún, la fe y
la esperanza nos aseguran que es entonces cuando Dios más nos ama, nos da
especiales muestras de su predilección y nos acompaña con su cariño y su
solicitud verdaderamente paternales. Nuestra esperanza no defrauda, pues “fiel
es Dios, el autor de la promesa”, como nos dice el autor de la carta a los
hebreos (Hb 10, 23).
"La esperanza –afirma el Catecismo de la
Iglesia Católica— es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los
cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en
las promesas de Cristo, apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios
de la gracia del Espíritu Santo. La virtud de la esperanza corresponde al
anhelo de felicidad puesto por Dios en el corazón de todo hombre; protege del
desaliento, sostiene en todo desfallecimiento y dilata el corazón en la espera
de la bienaventuranza eterna" (C.I.C., nn. 1817-1818).
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