Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando y anunciando la
Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y
enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los
ayudaban con sus bienes.
“Lo acompañaban los Doce y también algunas mujeres”
Es
particularmente conmovedor meditar en la actitud de Jesús hacia la mujer: se
mostró audaz y sorprendente para aquellos tiempos, cuando, en el paganismo, la
mujer era considerada objeto de placer, de mercancía y de trabajo, y, en el
judaísmo, estaba marginada y despreciada. Jesús mostró siempre la máxima estima
y el máximo respeto por la mujer, por cada mujer, y en particular fue sensible
hacia el sufrimiento femenino. Traspasando las barreras religiosas y sociales
del tiempo, Jesús restableció a la mujer en su plena dignidad de persona humana
ante Dios y ante los hombres.
¿Cómo no recordar sus encuentros con Marta y María, con
la Samaritana, con la viuda de Naín, con la mujer adúltera, con la hemorroisa,
con la pecadora en casa de Simón el fariseo? El corazón vibra de emoción al
sólo enumerarlos. Y cómo no recordar sobre todo, que Jesús quiso
asociar algunas mujeres a los Doce, que le acompañaban y servían y fueron su
consuelo durante la vía dolorosa hasta el pie de la cruz? Y después de la
resurrección Jesús se apareció a las piadosas mujeres y a María Magdalena,
encargándole anunciar a los discípulos su resurrección. Deseando encarnarse y
entrar en nuestras historia humana, Jesús quiso tener una Madre, María
Santísima, y elevó así a la mujer a la cumbre más alta y admirable de la
dignidad, Madre de Dios encarnado, Inmaculada, Asunta, Reina del cielo y de la
tierra.
¡Por eso, vosotras, mujeres cristianas, debéis
anunciar, como María Magdalena y las otras mujeres del Evangelio debéis
testimoniar que Cristo ha resucitado verdaderamente, que El es nuestro
verdadero y único consuelo! Tened, pues, cuidado de vuestra vida interior
(Referencias bíblicas: Lc 10,38-42; Jn 4,1-42; Lc 7,11-17; Jn 8,3-9; Mt
9,20-22; Lc 7,36-50; Lc 8,2-3; Mt 28,8 )
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