Había un hombre rico que se vestía de púrpura y
lino finísimo y cada día hacía espléndidos banquetes. A su puerta,
cubierto de llagas, yacía un pobre llamado Lázaro, que ansiaba saciarse
con lo que caía de la mesa del rico; y hasta los perros iban a lamer sus
llagas. El pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.
El rico también murió y fue sepultado, en la morada de los muertos, en medio de
los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro junto a
él.
Entonces exclamó: 'Padre Abraham, ten piedad de mí
y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en el agua y refresque mi
lengua, porque estas llamas me atormentan'. 'Hijo mío, respondió Abraham,
recuerda que has recibido tus bienes en vida y Lázaro, en cambio, recibió
males; ahora él encuentra aquí su consuelo, y tú, el tormento.
Además, entre ustedes y nosotros se abre un gran
abismo. De manera que los que quieren pasar de aquí hasta allí no pueden
hacerlo, y tampoco se puede pasar de allí hasta aquí'. El rico contestó:
'Te ruego entonces, padre, que envíes a Lázaro a la casa de mi padre, porque
tengo cinco hermanos: que él los prevenga, no sea que ellos también caigan en este
lugar de tormento'.
Abraham respondió: 'Tienen a Moisés y a los
Profetas; que los escuchen'.No, padre Abraham, insistió el rico. Pero si
alguno de los muertos va a verlos, se arrepentirán'. Pero Abraham respondió: 'Si no escuchan a Moisés y
a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se
convencerán'".
“A su puerta... yacía un pobre”
Dios ha destinado la tierra y
cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia,
los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la
justicia y con la compañía de la caridad. Sean las que sean las formas de la
propiedad, adaptadas a las instituciones legítimas de los pueblos según las
circunstancias diversas y variables, jamás debe perderse de vista este destino
universal de los bienes. Por tanto, el hombre, al usarlos, no debe tener las
cosas exteriores que legítimamente posee como exclusivamente suyas, sino
también como comunes, en el sentido de que no le aprovechen a él solamente,
sino también a los demás.
Por lo demás, el derecho a poseer una parte de bienes
suficientes para sí mismos y para sus familiares es un derecho que a todos
corresponde. Es este el sentir de los Padres y de los doctores de la Iglesia,
quienes enseñaron que los hombres están obligados a ayudar a los pobres, y por
cierto, no sólo con los bienes superfluos. Quien se halla en situación de
necesidad extrema tiene derecho a tomar de la riqueza ajena lo necesario para
sí. Habiendo como hay tantos oprimidos actualmente por el hambre en el mundo,
el sacro Concilio urge a todos, particulares y autoridades, a que, acordándose
de aquella frase de los Padres: “Alimenta al que muere de hambre, porque, si no
lo alimentas, lo matas”, según las propias posibilidades, comuniquen y ofrezcan
realmente sus bienes, ayudando en primer lugar a los pobres, tanto individuos
como pueblos, a que puedan ayudarse y desarrollarse por sí mismos.
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