Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose
vuelta, les dijo: "Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su
padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y
hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede
ser mi discípulo.
¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre,
no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué
terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y
todos los que lo vean se rían de él, diciendo: Este comenzó a edificar y
no pudo terminar'. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se
sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene
contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está
todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma
manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser
mi discípulo.
Ser su discípulo
Escucha
la voz de Dios que te impulsa a salir de ti para seguir a Cristo y serás un
discípulo perfecto: “el que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser mi
discípulo”. ¿Qué tienes que decir? ¿Qué puedes responder a todo esto? Todas tus
dudas y tus preguntas caen ante esta sola palabra; la palabra de verdad es el
sendero sublime por donde tú avanzarás. Jesús ha dicho más aún: “El que no
renuncia a todos sus bienes, y no toma su cruz para seguirme, no puede ser mi
discípulo”. Y para enseñarnos a renunciar no sólo a nuestros bienes para darle
gloria, y así en el mundo confesarle ante los hombres, sino incluso a nuestra
propia vida, añade: “El que no renuncia a sí mismo, no puede ser mi discípulo…”
Y en otro lugar dice: “El que se aborrece a sí mismo en este mundo
se guardará para la vida eterna. A quien me sirva, el Padre le
premiará” (Jn 12,25s). Y dice a los suyos: “¡Levantaos, vayámonos de aquí!” (Jn
14,31). Por esta palabra nos ha querido enseñar que ni su lugar ni el de sus
discípulos está aquí abajo.
Señor ¿a dónde iremos? “Allí donde esté yo, estará
también mi servidor” (Jn 12,26). Si Jesús nos llama: “¡Levantaos, vayámonos de
aquí!”, ¿quién será tan necio para consentir quedarse con los muertos en el
sepulcro y permanecer entre los enterrados? Cada vez, pues, que el mundo quiera
retenerte, acuérdate de la palabra de Cristo: “¡Levantaos, vayámonos de aquí!”.
Si estás vivo, esta palabra bastará para estimularte. Cada vez que quieras
quedarte sentado, instalarte, que te complaces en permanecer donde estás,
acuérdate de esta voz apremiante que te dice “¡Levántate, vayámonos de aquí!”
Puesto que de todas maneras será necesario que te
marches; vete tal como Jesús se va; vete porque él te lo ha dicho, no porque la
muerte te lleva a pesar tuyo. Lo quieras o no estás en el camino de los que se
van. Márchate, pues, siguiendo la palabra de tu Maestro, no porque te sientes
forzado a ello. “¡Levántate, vayámonos de aquí!”… ¿Por qué te retrasas? Cristo
camina contigo.
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