Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del
cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la
serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea
levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí,
Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree
en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo
para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
“La gloria de la Cruz”
Lejos
de mí el pensar de gloriarme fuera de la cruz de mi Señor Jesucristo (Ga 6,
14). La cruz es tu gloria, la cruz es tu imperio. He aquí tu imperio sobre tus
espaldas (Is 9,5). Quien lleva tu cruz, lleva tu gloria. Así la cruz, que causa
miedo a los infieles, es para los fieles más hermosa que todos los árboles del
paraíso. ¿Ha temido Cristo la cruz? ¿Y Pedro? ¿Y Andrés? Por el contrario, la
han deseado. Cristo se ha alzado sobre ella como un valiente para recorrer su
carrera (Sal 19,6): “He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros
antes de morir”(Lc 22,15). El ha comido la Pascua sufriendo su pasión, al pasar
de este mundo a su Padre. Sobre la cruz el comió y bebió, el se embriagó y
durmió...
¿Quién podrá desde ahora temer la cruz? Temo,
Señor, rodear el cielo y la tierra, el mar y las estepas, pero ¡jamás te
encontraré sino en la cruz! Allí tu duermes, allí apacientas tu rebaño, allí tú
reposas al mediodía (Ct 1,7). Sobre esta cruz quien está unido a su Señor
cuenta con su dulzura: “Tú, Señor, escucho que me rodeas, tu levantas mi
cabeza” (Sal 3, 4). No hay persona que te busque y no te encuentre, sino sobre
la cruz. Oh cruz de gloria, enraízate en mi, para que yo pueda encontrarme en
ti.
No hay comentarios:
Publicar un comentario