¿Con quién puedo comparar a los hombres de esta
generación? ¿A quién se parecen? Se parecen a esos muchachos que están
sentados en la plaza y se dicen entre ellos: '¡Les tocamos la flauta, y ustedes
no bailaron! ¡Entonamos cantos fúnebres, y no lloraron!'.
Porque llegó Juan el Bautista, que no come pan ni
bebe vino, y ustedes dicen: '¡Ha perdido la cabeza!'. Llegó el Hijo del
hombre, que come y bebe, y dicen: '¡Es un glotón y un borracho, amigo de
publicanos y pecadores!'. Pero la Sabiduría ha sido reconocida como justa
por todos sus hijos".
En
la Iglesia Cristo nos llama a la conversión
La
Iglesia vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia—el
atributo más estupendo del Creador y del Redentor—y cuando acerca a los hombres
a las fuentes de la misericordia del Salvador, de las que es depositaria y
dispensadora. En este ámbito tiene un gran significado la meditación constante
de la palabra de Dios, y sobre todo la participación consciente y madura en la
Eucaristía y en el sacramento de la penitencia o reconciliación.
La Eucaristía nos acerca siempre a aquel amor que es
más fuerte que la muerte (Ct 8,6): en efecto, « cada vez que comemos de este
pan o bebemos de este cáliz », no sólo anunciamos la muerte del Redentor, sino
que además proclamamos su resurrección, mientras esperamos su venida en la
gloria (Cfr. 1 Cor 11, 26; aclamación en el «Misal Romano»). El mismo rito
eucarístico, celebrado en memoria de quien en su misión mesiánica nos ha
revelado al Padre, por medio de la palabra y de la cruz, atestigua el amor inagotable,
en virtud del cual desea siempre El unirse e identificarse con nosotros,
saliendo al encuentro de todos los corazones humanos.
Es el sacramento de la penitencia o reconciliación el
que allana el camino (Lc 3,3; Is 40,3) a cada uno, incluso cuando se siente
bajo el peso de grandes culpas. En este sacramento cada hombre puede
experimentar de manera singular la misericordia, es decir, el amor que es más
fuerte que el pecado.
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