Entonces Jesús, fijando la mirada en sus
discípulos, dijo: "¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios
les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán
saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! ¡Felices
ustedes, cuando los hombres los odien, los excluyan, los insulten y los
proscriban, considerándolos infames a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese día, porque
la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma manera los padres
de ellos trataban a los profetas! Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su
consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están satisfechos,
porque tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ahora ríen, porque conocerán la
aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los elogien! ¡De la
misma manera los padres de ellos trataban a los falsos profetas!
"¡Felices ustedes, los pobres!"
“Dichosos
los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,
3). No habrá podido pedir que de algunos pobres la Verdad había querido hablar,
diciendo, sí: “Dichosos los pobres”; ella no había añadido nada sobre el género
de pobres que tenía que entender: habrá parecido antes que, para merecer el
Reino de los cielos, bastaría sólo la indigencia de la que muchos padecen por
el efecto de una penosa y dura necesidad. Pero diciendo: “Dichosos los pobres
en el espíritu”, el Señor muestra que el Reino de los cielos debe ser dado a
los que recomienda la humildad del alma más que la penuria de los recursos.
No puede dudarse de que los pobres consiguen con más
facilidad que los ricos el don de la humildad, ya que los pobres, en su indigencia,
se familiarizan fácilmente con la mansedumbre y, en cambio los ricos se
habitúan fácilmente a la soberbia. Sin embargo, no faltan tampoco ricos
adornados de esta humildad y que de tal modo usan de sus riquezas
que no se ensoberbecen con ellas, sino que se sirven más bien de ellas para
obras de caridad, considerando que su mejor ganancia es emplear los
bienes que poseen en aliviar la miseria de los prójimos.
El don de esta pobreza se da, pues en toda clase de hombres y en todas las
condiciones en las que el hombre puede vivir, pues pueden ser iguales por el
deseo incluso aquellos que por la fortuna son desiguales, y poco importan las
diferencias en los bienes terrenos si hay igualdad en las riquezas del
espíritu. Bienaventurada es, pues, aquella pobreza que no se siente cautivada
por el amor de bienes terrenos ni pone su ambición en acrecentar las
riquezas de este mundo, sino que desea más bien los bienes del cielo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario