Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al
pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente
enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar
de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su
servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia,
diciéndole: "El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra
nación y nos ha construido la sinagoga".
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de
la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: "Señor, no te
molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me
consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi
sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno,
pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: 'Ve', él va; y a otro:
'Ven', él viene; y cuando digo a mi sirviente: '¡Tienes que hacer esto!', él lo
hace".
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y,
volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: "Yo les aseguro que ni
siquiera en Israel he encontrado tanta fe". Cuando los enviados
regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
Jesús encuentra la fe en
un centurión romano
El deseo de Dios está inscrito
en el corazón del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios;
y Dios no cesa de atraer al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el
hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar… De múltiples maneras, en su
historia, y hasta el día de hoy, los hombres han expresado su búsqueda de Dios
por medio de sus creencias y sus comportamientos religiosos (oraciones,
sacrificios, cultos, meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que
pueden entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se puede
llamar al hombre un ser religioso… Pero esta "unión íntima y vital con
Dios" puede ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente
por el hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos: la rebelión
contra el mal en el mundo, la ignorancia o la indiferencia religiosas, los
afanes del mundo y de las riquezas (cf. Mt 13,22), el mal ejemplo de los
creyentes, las corrientes del pensamiento hostiles a la religión, y finalmente
esa actitud del hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn
3,8-10) y huye ante su llamada (cf. Jon 1,3).
"Alégrese el corazón de los que buscan a
Dios" (Sal 105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no
cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha.
Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su inteligencia, la
rectitud de su voluntad, "un corazón recto" (Sal 96,11), y también el
testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
«Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande
es tu poder, y tu sabiduría no tiene medida (Sal 144,3; 146,5). Y el hombre,
pequeña parte de tu creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que,
revestido de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el
testimonio de que tú resistes a los soberbios (Sant 4, 6) A pesar de todo, el
hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a
ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho
para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti» (San
Agustín, Confesiones, 1,1, 1).
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