Un sábado, en que Jesús atravesaba unos sembrados,
sus discípulos arrancaban espigas y, frotándolas entre las manos, las comían. Algunos
fariseos les dijeron: "¿Por qué ustedes hacen lo que no está permitido en
sábado?".
Jesús les respondió: "¿Ni siquiera han leído
lo que hizo David cuando él y sus compañeros tuvieron hambre, cómo entró
en la Casa de Dios y, tomando los panes de la ofrenda, que sólo pueden comer
los sacerdotes, comió él y dio de comer a sus compañeros?". Después
les dijo: "El hijo del hombre es dueño del sábado".
"El hijo del hombre es dueño del sábado"
La santa madre Iglesia considera
deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del
año la obra salvífica de su divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó
«del Señor», conmemora su Resurrección, que una vez al año celebra también,
junto con su santa Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua…
Conmemorando así los misterios de la Redención, abre
las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera
que, en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los
fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación…
La Iglesia, por una tradición apostólica, que trae su
origen del mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual
cada ocho días, en el día que es llamado con razón "día del Señor" o
domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la
palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la Pasión, la
Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo
renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los
muertos» (1 Pe, 1,3). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe
presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo que sea también día
de alegría y de liberación del trabajo.
Concilio Vaticano II
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