Jesús, al verse rodeado por la multitud, dio orden
de cruzar a la otra orilla.
Entonces se le acercó un maestro de la Ley y le
dijo: «Maestro, te seguiré adondequiera que vayas.» Jesús le contestó:
«Los zorros tienen cuevas y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre ni
siquiera tiene dónde recostar la cabeza.», otro de sus discípulos le
dijo: «Señor, deja que me vaya y pueda primero enterrar a mi padre.» Jesús
le contestó: «Sígueme y deja que los muertos entierren a sus muertos.»
Meditación
Quien lee atentamente el texto descubre que las
Bienaventuranzas son como una velada biografía interior de Jesús, como un
retrato de su figura. Él, que no tiene donde reclinar la cabeza, es el
auténtico pobre; El, que puede decir de sí mismo: Venid a mí, porque soy
sencillo y humilde de corazón, es el realmente humilde; Él es verdaderamente
puro de corazón y por eso contempla a Dios sin cesar. Es constructor de paz, es
aquel que sufre por amor de Dios: en las Bienaventuranzas se manifiesta el
misterio de Cristo mismo, y nos llaman a entrar en comunión con Él. Pero
precisamente por su oculto carácter cristológico las Bienaventuranzas son
señales que indican el camino también a la Iglesia, que debe reconocer en ellas
su modelo; orientaciones para el seguimiento que afectan a cada fiel, si bien
de modo diferente, según las diversas vocaciones.
Benedicto
XVI,
Oración
Señor,
aumenta mi fe, mi esperanza y mi caridad. Teóricamente yo también quiero
seguirte, ansío ser fiel a los innumerables dones de tu gracia; pero, bien
conoces mi debilidad, mis apegos… Hoy me pongo de rodillas ante Ti y te suplico
me des la luz y la fuerza de tu Espíritu Santo.
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