Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a
prueba: "Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?". Jesús
le preguntó a su vez: "¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en
ella?". El le respondió: "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda
tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti
mismo". "Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y
alcanzarás la vida", pero el doctor de la Ley, para justificar su
intervención, le hizo esta pregunta: "¿Y quién es mi prójimo?".
Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: "Un hombre bajaba de
Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo,
lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto, casualmente bajaba por el
mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo, también pasó por allí un
levita: lo vio y siguió su camino, pero un samaritano que viajaba por allí, al
pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus
heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia
montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo, al día siguiente,
sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: 'Cuídalo, y
lo que gastes de más, te lo pagaré al volver'. ¿Cuál de los tres te parece
que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?". "El
que tuvo compasión de él", le respondió el doctor. Y Jesús le dijo:
"Ve, y procede tú de la misma manera".
El buen samaritano
“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó.” (Lc
10,30) Jericó es un símbolo de nuestro mundo donde, después de haber sido
expulsado del paraíso, de la Jerusalén celestial, Adán descendió... No es el
cambio de lugar sino de conducta lo que originó su exilio. ¡Qué
cambio! Aquel Adán que gozaba de felicidad sin inquietud, tan pronto
como descendió a los pecados del mundo, encontró a los ladrones... ¿Quiénes son
estos ladrones sino los ángeles de la noche y de las tinieblas que se disfrazan
a veces de ángeles de luz (2 Cor 11,14)?... Empiezan por despojarnos de los
vestidos de la gracia espiritual que habíamos recibido y así nos hieren. Si
guardamos intactos los vestidos que hemos recibido, los golpes de los ladrones
no podrán herirnos. Guárdate, pues, de dejarte despojar, como Adán, privado de
la protección del mandamiento de Dios y desnudo del vestido de la fe. Por ello
le alcanzó la herida mortal que hubiera hecho caer a todo el género humano, si
el Samaritano no hubiese descendido a curar sus heridas.
No es un cualquiera este Samaritano. Aquel que fue
despreciado por el levita y por el sacerdote, no fue despreciado por el
Samaritano que descendía. “Nadie ha subido al cielo a no ser el que vino de
allí, es decir, el Hijo del hombre.” (Jn 3,13) Viendo medio muerto a este
hombre, que nadie antes de él lo había podido curar, se acerca, es decir:
aceptando sufrir con nosotros, se hizo nuestro prójimo y apiadándose de
nosotros se hizo nuestro vecino.
San Ambrosio
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