Tomás,
uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, los
otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor.» Pero él contestó: «Hasta
que no vea la marca de los clavos en sus manos, no meta mis dedos en el agujero
de los clavos y no introduzca mi mano en la herida de su costado, no creeré.»,
ocho días después, los discípulos de Jesús estaban otra vez en casa, y Tomás
con ellos. Estando las puertas cerradas, Jesús vino y se puso en medio de
ellos. Les dijo: «La paz esté con ustedes.»
Después dijo a Tomás: «Pon aquí tu dedo y mira mis manos; extiende tu mano y métela
en mi costado. Deja de negar y cree.». Tomás exclamó: «Tú eres mi Señor y mi
Dios.» Jesús replicó: «Crees porque me has visto. ¡Felices los que no han
visto, pero creen!»
El
Testimonio de Tomás
¿Por
qué Tomás busca pruebas para su fe? A su amor, hermanos, le habría gustado que
después de la resurrección del Señor la falta de fe no le dejara a nadie con
duda. Pero Tomás no llevaba solo la incertidumbre de su corazón, sino la de
todos los hombres. Y antes de predicar la resurrección a las naciones, busca,
un buen obrero, sobre el que fundará un misterio que pide tanta fe. Y el Señor
muestra a todos los Apóstoles esto que Tomás había pedido. Jesús viene y le
enseña sus manos y su costado (Jn 20,19-20). En efecto, el que entra, cuando
las puertas estaban cerradas, puede ser tomado por los discípulos, por un
espíritu si no había podido mostrarles que no era otro sino él, siendo las
heridas el signo de su Pasión.
En seguida, se acerca a Tomás y le dice: “Trae tu mano
y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente. Que estas heridas que
tu abres ahora, dejen fluir la fe por todo el universo, ellas que ya han
vertido el agua del bautismo y la sangre del rescate” (Jn 19,34). Tomás
responde: “Señor mío y Dios mío”. Que los incrédulos vengan y lo entiendan y,
como dice el Señor, que no sean más incrédulos sino creyentes. Tomás manifiesta
y proclama que lo que ve, no es solo un cuerpo humano, sino también que por la
Pasión de su cuerpo de carne, Cristo es Dios y Señor. Es verdaderamente Dios
quien sale vivo de la muerte y el que resucita de su herida.
San
Pedro Crisólogo
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